Contra todo pronóstico, la final de la Copa de la Liga francesa se saldó con una goleada absolutamente consecuente. Lo abultado del marcador fue la razón numérica que explicó la final a nivel táctico, en la que dos hombres, Marco Verratti y Ángel di María, expusieron los argumentos que doblegaron, con notable facilidad, a un Mónaco que nunca redujo la superioridad que ante sus ojos se estaba produciendo. Los hombres de Jardim no sacaron partido a su poder ofensivo ni colectivo, mermado este último por la baja de Fabinho y la importancia que tuvo la decisión de Emery de incidir en dicha ausencia. Di María, que jugó de mediapunta, fue la llave para darle el segundo título del año a la escuadra parisina.
La posición de Di María fue clave ante la ausencia de Fabinho
La final arrancó con un gol muy tempranero de Draxler, un escenario que otorgaba una ventaja primordial al PSG de cara al plan que se vio en los 85 minutos posteriores. Con más o menos urgencia, el Mónaco tenía que decidir dónde buscar a los de Emery, decidiendo hacerlo finalmente en tres cuartos de cancha, con fases de presión sobre defensores, que expuso demasiado sus problemas en la medular. Alzar las líneas era obligado pero eso favoreció la aparición del triángulo Motta, Verrati y Rabiot. Los tres centrocampistas, especialistas en retener, atraer marcas y liberarse de presiones y persecuciones, bajaron el ritmo y se tomaron todo el tiempo del mundo en pasarse la pelota, en la clásica danza que caracterizó el ciclo Blanc. ¿El objetivo? Que el Mónaco cayera en la trampa.
Principalmente que cayeran en ella sus medios, Moutinho y Bakayoko. Con las líneas separadas, sin que Germain, Mbappé, Silva y Lemar inquietaran a los de Unai, los pivotes monegascos intentaban sumarse a la presión, espacio que aprovechó Ángel di María para poner a su equipo más cerca del título. Jardim y los suyos fueron exponiéndose con cada movimiento sobre el tablero. Emery afiló el colmillo y completó su idea colocando a Cavani y Draxler en las posiciones idílicas para que a Di María nadie le fuese a buscar cuando ganaba la espalda de los pivotes. Con el uruguayo entre lateral y central y con Draxler fijando a Glik, el rosarino, literalmente, se salió. Con espacios por doquier, uno de los tres centrocampistas del campeón galo, una vez su pausa en campo propio desesperaba al rival, conectaba con Ángel y se daba paso al vértigo en campo contrario.
Jardim no ajustó en ningún momento; Emery lo agradeció
En esos dos ritmos, lento atrás y fugaz arriba, el PSG dominó por completo la final. Sólo con la igualada que entre Silva, Mandy y Lemar crearon con un auténtico golazo, hubo tiempo para pensar que Jardim pudiera ajustar retrasando las líneas o variando el dibujo, pero con el 1-2 del propio Di María, las urgencias por igualar nuevamente disiparon dicha posibilidad. Lo de la segunda mitad fue incluso superior, con los parisinos galopando en igualdad numérica mientras el Mónaco perdía balones con los dos laterales proyectados y los medios escalonados. El resumen más justo debe decir que el Mónaco hizo un partido impropio de una final y que el PSG jugó una final perfecta, conjugando las dos velocidades que potencialmente describen su techo competitivo, bien condensado en las dos figuras clave de la final, Ángel di María y Marco Verratti.
Foto: FRANCK FIFE/AFP/Getty Images
Roberto 2 abril, 2017
En cuantas finales en su carrera ha sido Di María clave? Aparte de esta se me viene Copa del Rey 2011, Copa del Rey 2014, Champions 2014…. Se me escapa alguna y sin contar partidos grandes que ha decidido.
Seguramente el mejor futbolista del PSG y el más grande, pero rodeado de jugadores muy pqueños