España completó su partido menos ilusionante desde que la entrena Lopetegui y, aun así, ofreció motivos para el optimismo. El principal, que contrastó tener ese fuego interno que se necesita para levantar un 2-0 en Wembley, que no es poco por no decir que es muchísimo. Y como añadido, que Isco –posible líder del futuro– y Aspas -una noticia brutal con la que no se contaba- hicieron lo suficiente como para ganar peso a corto plazo. Pero antes que ellos, vino lo malo.
Lopetegui repitió la fórmula de los tres centrales pero sin ninguna de las piezas que dieron sentido al invento en los días de su estreno. Ni Nacho -izquierda- posee la rapidez y profundidad de Alba, ni Iñigo -centro- la seguridad de Piqué ni Azpilicueta -derecha- el fútbol de Sergio Ramos, siendo esto último lo que más se notó para mal. Sin el central diestro irrumpiendo en campo contrario y superando la altura del pivote Busquets, la salida de balón de España abusó de buscar al de Badía directamente y hubo un cortocircuito. Un cortocircuito acentuado por la espesura asociativa que suele acompañar a Thiago Alcántara contra casi todos los rivales de élite a los que se mide y por lo perdidos que estaban Silva y Mata formando la doble mediapunta. Así, la presión de los de Southgate, muy rollo Jürgen Klopp, daba frutos (y goles) a la selección inglesa.
Con la defensa de cuatro, España salió mejor desde atrás.
Mediada la primera mitad, Lopetegui reformuló el esquema español y pasó a formar una línea de cuatro más típica formada, de derecha a izquierda, por Carvajal, Nacho, Iñigo y Azpilicueta. De esta guisa, Vitolo, que arrancó como carrilero izquierdo, se cambió de banda y se puso de extremo, dando a su equipo un poco más de aire que tampoco es que se aprovechase en demasía, si bien Carvajal y Azpi sirvieron de salida exterior ocasional y aliviaron el calvario de Busquets.
Iago Aspas tuvo un debut fantástico, con golazo incluído.
En realidad, las cosas empezaron a cambiar tras el descanso (con Koke y Aspas donde Mata y Viloto) y, sobre todo, en el minuto 63, cuando Isco suplió a Silva. Aspas, el mejor nacional del encuentro, se movió lo suficiente, en cantidad y calidad, como para permitir que sus compañeros le encontrasen y la bola estuviera arriba (hasta su ingreso, casi toda la circulación roja había sido cosa de Nacho, Iñigo y Azpilicueta). Además, el gallego resolvía con acierto cada posesión en la que participaba. Y en cuanto a Isco, simplemente hizo de sí mismo: Iniesta aparte, no hay un jugador español con su iniciativa y su capacidad para generar juego. Tuvo más acierto al principio que al final, pero como nunca deja de intentarlo, tras sus peores decisiones llegó el gol que puso el empate en el marcador y la sonrisa en la cara de Lopetegui. Por el empate y porque quizá ya tenga la excusa que creía requerir para darle a Isco el rol que, varias veces, ha insinuado querer darle.
Foto: Shaun Botterill/Getty Images
lupercio 16 noviembre, 2016
Cada partido que faltan, Ramos y Piqué se agigantan en la memoria y se ve una película de terror atrás. Bartra, Iñigo Martínez hacen contener la respiración y Nacho se quedará con lo de "central cumplidor".
Lo paradójico es que teniendo una mina de centrocampistas de gran nivel, la selección no domine el juego, ni agote al rival con la posesión ni cree ocasiones. Con el apunte de Tiago, de acuerdo. Peligro de ser un jugador de arranque intrascendente, irrelevante.
Se supone que el hecho de ser amistoso obliga a hacer comentarios con alguna cuarentena, pero seguimos sin ganar a una selección de las "grandes", por los menos de nombre, desde hace bastante.