Mariño sale de portería y falla. En un segundo, la vida se hace pequeña, mínima como una isla sin mar, brisas salinas ni palmeras cocoteras. Naufraga y la noche se hace eterna y breve. Fugaz como las manos de ella cuando se deshace de las manos tuyas. Inasibles como los pies de la tormenta que a ellos (los malos, los adversarios) les acercan al epicentro de lo perdido cuando todo era tuyo. Porque esa pelota era tuya, es siempre del portero. Toda su vida pasa por delante de área chica como si fuera un trailer de una película de Tarantino montado por Michael Bay, con resplandecientes dudas, vistosas, comerciales… La Sub-21, la olimpiada, dos o tres portadas con rumores incumplidos, una foto en un bar de tu barrio. Recuerda el principio de año cuando el desgarbado Rubén le quitó el puesto y las ganas de soñar con el travelling de césped y cielo que es ganarse la vida con la puerta a cero. Ve cosas que no recordaba haber visto. Tiene un déjà vu en donde el portero del Rayo le dice que felicidades Diego, que me alegro por ti y de que os hayáis salvado en la última jornada. Muerde la hierba imaginariamente mientras el túnel aéreo de ese córner le hace mirar hacia arriba, en un punto fijo, en un punto de los que no sirven para quedarse en su propio Comunio. Sueña con una imagen de una pelota que parece que va a entrar pero de repente se gira (la pelota) y tiene dos ojos (la pelota) y le guiña (la pelota) y cae rendida entre sus brazos (la afición del Ciutat de Valencia). Por supuesto, Mariño la mira y la besa (a la pelota). Levanta la cabeza y David Navarro le toca la coronilla en gesto de compañerismo y padrinazgo. El peligro ha pasado. Mariño entra en su portería resoplando y acierta.
El Levante necesitaba imperiosamente la victoria anoche, pero comenzó cayendo 0-1 vs Espanyol.
Juanfran es como Bruce Willis cuando nota que siempre estaba muertoJuanfran sale por la radio y sonríe. Le van hacer una pregunta y él tartamudea porque tartamudea siempre. Siempre menos cuando juega. Ahí es claro, contundente y conciso, se le entiende como a un libro abierto con los ojos cerrados. Se toca el tatuaje del brazo, aspira el aire que mantiene vivo a su equipo, mea en el banderín de todas las bandas izquierdas de los campos derechos de España. Es su territorio, se lo ha ganado con el sudor de su frente, el mismo que le chorrea por la camiseta y hace crecer el escudo por cada latido. Saluda a los aficionados mientras se retira al vestuario cuando sin previo aviso un viento frío recorre su silueta del corazón al cogote. Como Bruce Willis cuando descubre que lleva toda la vida muerto en «El sexto sentido». Como cuando por la mañana el sol entra por tu ventana y el móvil está sin batería y la reunión con el cliente está sin ti. De repente cuenta hasta cinco y se da cuenta de que no podrá jugar el próximo partido. El eléctrico Toño García está lesionado y él castigado por haberse portado (nor)mal. Juanfran en ese momento recuerda que tiene un superpoder que puede utilizar una vez en la vida y que consiste en retroceder en el tiempo y cambiar el curso de los hechos. Decide regresar al minuto 72 para evitar ser amonestado por Hernández Hernández y poder estar presente en el decisivo partido del jueves contra el Granada. Con un chasquido y unas palabras que no puedo reproducir hace chas y aparece en lado izquierdo de la vida. Javi López aguanta el resbaladizo balón en sus manos y busca un desmarque, una manera de llegar rápido y ligero al empate a 2 desde el saque de banda. Encuentra a Hernán Pérez, la estrella sorprendente de este Espanyol sin sorpresas. A Juanfran le toca contenerle (ya en la primera parte el paraguayo había puesto el 0-1 en el marcador). Juanfran se concentra, Juanfran se perfila, Juanfran piensa que no puede golpear al paraguayo, Juanfran comprende el peligro de no golpearlo, Juanfran renuncia a su segunda oportunidad de no ser sancionado, Juanfran golpea a Hernán Pérez. Si ponéis el partido os veces os daréis cuenta que en la segunda protesta menos. Juanfran sale por la tele y sonríe.
Morales piensa que tal vez su alma le haya ido al cuerpo de M. CueroMorales sale desde atrás y se levanta cada vez que cae. Lleva unos cuantos partidos desconocido y eso le hace dudar de sí mismo. No se reconoce en la tele, no se reconoce en los periódicos, no se reconoce en la soledad del vestuario. La estrella luchadora, el peón de briega talentoso y letal, con su cabeza abajo y su espalda arriba, con su cara de amigo no futbolista, con su disparo descomunal y su engañoso sprint desmesurado y veloz. No se encuentra y eso que los compañeros lo siguen buscando. Se pone las manos en las caderas y le pasan el balón. Se ata los cordones de sus botas y le pasan el balón. Se queda pensando si ha apagado el termo antes de salir de casa y le pasan el balón. Él lo sigue intentando cada vez que pueda, otea el horizonte horizontal del estadio y cambia el balón de banda hacia Pedro López. Pero Pedro López tampoco está ya. Rubi ha decidido hacer un cambio ofensivo y ha salido Mauricio Cuero en su lugar. El ex-jugador de Banfield recibe la pelota enviada por Morales, la baja con la derecha y la controla con la izquierda. Cuero acaricia el cuero (¿se puede considerar onanismo?) y chuta y corre y encara y toma los mandos, las riendas y el balón. Morales desde lejos piensa que tal vez su alma haya transmigrado al cuerpo del colombiano y que él ahora es el que está tomando el control desde otra presencia física. Le parece un truco genial y una maravillosa forma de volver. Ahora que todos los entrenadores y rivales vigilan a Morales: jugar mal y jugar bien siendo otro jugador. Morales salen desde dentro y se cae para perder tiempo.
El gol de Giuseppe Rossi devolvió la esperanza de la permanencia al Ciutat de Valencia.
Rossi sale del banquillo y agoniza en los 5 minutos de descuento. Mira a Víctor Casadesús, que mira al infinito de la grada de enfrente como si 5 minutos fueran solo eso. 5 minutos, 784.006 segundos, un millón trescientos doce mil veintisiete milésimas de esperanza. Rossi mira a la grada buscando la mirada del señor aquel que le abrazó orgulloso y agradecido cuando aterrizó en Valencia, y se ve a a sí mismo asimismo como ese señor, mucho más mayor y comiendo pipas o lo que coman los italianos en los campos de fútbol cuando se hacen adultos. Paninis, grissinis, antipasti, altramuces, lo que sea… Hoy ha marcado y ya las rodillas no le duelen, y por eso no le importa verse tan mayor porque se ve feliz, costatando que seguramente todos sus esfuerzos por reponerse de todas las adversidades habrán merecido la pena. Fue uno de los mejores delanteros que se vio en España a principio de la segunda década del milenio “dosmil”, fascinó, se hizo querido, sorprendió, se lesionó en el Santiago Bernabeú, recayó, dudó, lloró, sopesó la retirada, se recuperó, volvió a Italia como era su sueño, jugó en la Florentina, regresó a la Comunidad Valenciana y un señor mayor le dijo cosas muy bonitas en la presentación. Luego en abril de 2016 (el día 15 concretamente) metió un gol al RCD Espanyol con la ayuda de Medjani, el día que luego se vio sentado en la grada ya muy mayor con unos niños que parecían sus nietos y una bolsa de pipas (o altramuces, o grissinis o qué sé yo). Ese día comenzó la remontada y luego se quedó un año más y volvió a Italia y en el 2018 jugó con su selección en el Mundial y le metió un gol a una selección africana que ahora ya no recuerda. Yo sí, pero en este artículo estaba hablando del Levante, ¿no?
@DavidLeonRon 16 abril, 2016
Pues ganó el Levante un partido fundamental que cambia su recta final del campeonato. Para empezar, sale del farolillo rojo momentáneamente. Me parece importante. Y después, viéndoles ante el Espanyol, me pareció un poco lo de siempre: este equipo tiene idea de juego. Le cuesta porque la situación es dura, pero pretenden jugar a algo.
Cuidado que puede ser una ventaja importante en este tramo final. Agarrarse a conceptos ayuda a los que están ahí abajo padeciendo.