1) LA ESPADA EN LA ROCA
«De su cinto colgaba Excalibur, la mejor espada que jamás existió, que cortaba el hierro como si fuera madera», Chrétien de Troyes en El cuento del Grial.
El periodista Enric González escribió que «Franz Beckenbauer sólo aparca su arrogancia cuando menciona a Fritz Walter». El Káiser no lo sabe, pero en su respeto reverencial hacia el artífice del primer gran éxito de su patria futbolística anida algo más que la conciencia histórica y una correlación simbólica con sus propias conquistas. Se trata del íntimo respeto que un hijo profesa hacia su padre aun sin haberlo conocido como tal.
Cuenta la leyenda que el rey Arturo era hijo de Uther Pendragón, pero que no lo sabía. Tal y como se relata en Excalibur (1981), una de las mejores adaptaciones cinematográficas de este relato, Merlín fue elEl Rey Arturo no sabía la identidad de su padre verdadero arquitecto de Camelot: el mago se había valido de sus ardides para asegurar el nacimiento de Arturo, del que sabía que estaba destinado a empuñar la misma espada mágica que el propio hechicero había entregado a su padre tiempo atrás. Anticipando que el fogoso reinado de Uther Pendragon no iba a perdurar lo suficiente como para asegurar una sucesión pacífica Merlín arrebató el pequeño Arturo de su cuna, lo entregó a una nueva familia y veló desde entonces por su desarrollo mientras la espada aguardaba en la roca una nueva mano digna de empuñarla.
No está claro el papel que desempeñó Dettmar Cramer en el Mundial de 1954, pero se sabe que este legendario entrenador -apodado «el profesor» por su talento formativo- se vinculaba al cuerpo técnico de la federación alemana desde finales de los años cuarenta. Y que seguía ahí cuando Fritz Walter blandió Excalibur para derrotar a los húngaros en Berna. La victoria sobre la gran potencia del momento sigue siendo recordada como un milagro impropio de una nación futbolística tan joven. Como en la leyenda artúrica, el triunfo de 1954 fue tan solo el atisbo fugaz de algo mayor que iba a llegar veinte años más tarde.
«Se levantaba y hacía trucos como un mago. Los niños quedaban hechizados, y yo también», recuerda un técnico asistente a los cursos que Dettmar Cramer impartía por el mundo en los años que siguieron. El hechicero iba y venía pero nunca descuidaba la evolución de su pupilo favorito, un chico de pelo rizado que destacaba en medio de una talentosa generación de promesas alemanas: «Cuando el día oscurece y es difícil ver el camino… Para eso estoy yo», afirma Merlín en La última legión (2007). En 1963 la mediación del prestigioso formador fue fundamental para levantar la sanción que la federación había impuesto a Franz Beckenbauer por sus pecados de juventud. En adelante Dettmar Kramer sería la sombra del futbolista en las concentraciones de la selección. Sólo el mago conocía el destino del verdadero hijo del rey.
2) UN REINO PARA UN REY
«Fuimos campeones de Liga tres temporadas consecutivas, ganamos la Copa de Europa tres veces y seis jugadores de ese Bayern fueron campeones de Europa con la selección, y también campeones del mundo. Fue una era realmente exitosa: no sólo para el Bayern de Múnich, sino también para el fútbol alemán», Franz Beckenbauer.
El delantero inglés Gary Lineker asisitó como adolescente a la hegemonía del Camelot alemán y sintetizó su experiencia en un conocido axioma: «El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania». Así como los reyes normandos de Inglaterra fijaron sus propios orígenes en las gestas artúricas Franz Beckenbauer es considerado la figura fundacional del poderío alemán sobre el césped, el mismo inicio de los tiempos para todo un club y un país futbolístico: “Nuestra historia de éxito no empezó por casualidad con él en los años setenta”, sentencia Karl-Heinz Rummenigge.
La lucha de un joven monarca por conquistar su propio reino ocupa buena parte del metraje de Los caballeros del Rey Arturo (1953). En el film, Merlín advierte a Arturo que su camino hasta el trono no será tanCuando subió al primer equipo, el Bayern vivía en segunda división sencillo como proclamar su condición a los cuatro vientos: “Deberéis probar lo que sois con hechos, y no con palabras”. Cuando el juvenil Franz Beckenbauer llamó a las puertas del primer equipo del Bayern de Múnich el panorama tampoco era alentador. El club bávaro militaba en segunda división, el 1860 Múnich era el equipo más importante de la ciudad y el palmarés alemán se repartía entre varias entidades con más presente y tradición.
Al mismo tiempo que Franz Beckenbauer reclamaba el trono ante la vieja aristocracia alemana otra potencia ascendente, el Borussia de Mönchengladbach, presentaba batalla con el mejor equipo de su historia y un joven paladín holandés desafiaba el dominio de británicos e italianos sobre el continente. Uno tras otro, como orgullosos reinos bretones reticentes a la autoridad del rey Arturo, todos los adversarios fueron derrotados por el Káiser de Alemania. La hegemonía teutona se construyó sobre el mismo anhelo superación que inflamaba el corazón de los caballeros de Camelot. Y en ambos casos la iluminación aguardaba al final de un sendero tan sombrío como el que recorre Perceval en el desenlace de Excalibur.
«No había ningún tipo de alegría. El pesimismo que se respiraba desde el principio se había trasladado a nuestro juego», recuerda Franz Beckenbauer sobre el Mundial de 1974. Una concentración inapropiada, los conflictos con la federación y el opresivo clima policial heredero de los atentados de 1972 oscurecieron el camino del Káiser y sus caballeros hasta su ansiado Grial. La batalla final no pudo empezar de peor manera, pero Franz Beckenbauer empuñaba Excalibur. Erguido sobre los estribos, como un faro luminoso en medio de la tormenta, el rey espoleó a sus caballeros para cambiar el signo del enfrentamiento. De este modo ganó el partido y mucho más que eso: su reinado se convirtió en leyenda.
3) LA TABLA REDONDA
«En una mesa redonda todos los asientos son cabecera», proverbio alemán.
«¿Qué clase de maldad es esta?», reclama el siervo del emisario papal en El rey Arturo (2004), incapaz de localizar un asiento adecuado para su señor en el salón de su anfitrión. El profundo sentimiento de hermandad que une al monarca de Camelot con su mesnada no encuentra mejor representación simbólica que una tabla circular en la que el rey ocupa una posición equivalente a la de cualquiera de sus paladines. Una mesa sin cabecera, un emblema tan redondo como los escudos del Bayern de Múnich y la selección alemana.
Arturo y sus caballeros luchan y padecen juntos y se saben hombres iguales en virtud y deberes del mismo modo que el líder de un equipo de fútbol, aún ostentando mayor ascendencia sobre el grupo, pertenece a laArturo fue considerado el rey más digno misma categoría que sus compañeros. La leyenda artúrica idealiza el principio «primus inter pares», es decir, «el primero entre iguales»: «¡A los reyes no se les vota!», reclama el orgulloso Arturo parodiado por Monty Python en la película de 1975. Al ser considerado el más digno de los nobles del reino, y no una figura perteneciente a una instancia superior, la autoridad del rey medieval proviene del libre homenaje de sus semejantes: «El que se precie de caballero y quiera seguir a un rey, ¡que me siga!», grita Arturo en Excalibur, y muchos acuden a la llamada del joven monarca.
«Ante Franz escuchaba y callaba. Así es como aprendí» recuerda Karl-Heinz Rummenigge, que a imagen y semejanza de Perceval todavía era un bisoño aspirante a caballero cuando viajó desde tierras lejanas Rummenigge dijo haber aprendido a competir mirando a Beckenbauerpara ponerse al servicio del rey Arturo. Pero la mayoría de los caballeros de la Tabla Redonda eran de la misma generación que el monarca. El irascible Sepp Maier y el impetuoso Gerd Müller, fieles reflejos de Kay y Galván, le habían acompañado desde el principio. Y muchos otros fueron llegando de otras partes: Lanzarote, gran rival de Arturo por el amor de Ginebra, era su más fiel escudero en el campo de batalla de la misma forma que Berti Vogts, que se había enfrentado tantas veces a Franz Beckenbauer con la camiseta del Borussia de Mönchengladbach, era su mejor guardaespaldas en la selección alemana. Günter Netzer era recto como Galahad, Paul Breitner romántico como Ywain, Wolfgang Overath refinado como Calogrenant y Uli Hoeness una segunda espada tan virtuosa como lo fue Bors en Camelot.
La hermandad de la Tabla Redonda es un compromiso al que sus integrantes rinden pleitesía de por vida. «Siempre está ahí cuando lo necesitas», afirma Uli Hoeness sobre Franz Beckenbauer, para el que todos sus ex compañeros tienen palabras de gran admiración y respeto. El rey de los teutones, que llegó a cabalgar con el brazo en cabestrillo en el Mundial de 1970, recibe de sus caballeros similares muestras de entrega y fidelidad e incluso colgadas las botas sus hombres de confianza todavía siguen sus pasos: Berti Vogts le sucedió como seleccionador alemán y Uli Hoeness tomó su relevo en la presidencia del Bayern de Múnich.
4) EL SEÑOR EN SU CASTILLO
«Cruyff era mejor jugador, pero yo fui campeón del mundo», Franz Beckenbauer.
Alto y señorial, majestuoso en todos sus gestos, Franz Beckenbauer ha promovido una controvertida leyenda sobre el origen del apodo por el que es reconocido alrededor del mundo. El propio ex futbolista cuenta que en un viaje a Viena la prensa no pudo evitar comparar su regio porte con la estatua idealizada del emperador Francisco José I. Tras una sesión de fotos ante el monumento el faro del nuevo fútbol alemán sería reconocido como el «Káiser» del balompié.
Sin embargo otras voces atribuyen el verdadero origen del mote a una circunstancia no menos icónica: según esta versión fue una ocurrencia periodística con la que se ilustró el enfrentamiento entre el líder delLibuda pudo inspirar el famoso sobrenombre de Franz: «El Kaiser» Bayern de Múnich y Reinhard Libuda, extremo estrella del Schalke 04. Si el segundo era conocido como el «rey de Westfalia» el primero no podía menos que reclamar el título de emperador tras detener con contundencia el avance de su adversario en un célebre lance de la final de copa de 1969. Cuentan los cronistas que la figura de Franz Beckenbauer se irguió desafiante tras derribar a su rival, respondiendo con altivez y un elegante control de pelota a los abucheos del público. El Káiser no ahorraba esfuerzos en los aspectos más prosaicos del fútbol pero ni siquiera entonces renunciaba a su característico porte nobiliario.
«Tú eres la tierra y la tierra serás tu. Si fracasas, la tierra perecerá. Si medras, la tierra florecerá», sentencia Merlín en Excalibur. El vínculo entre el carácter y la prosperidad del monarca y la de todo su reino es grande en los relatos artúricos de ayer y de hoy. Franz Beckenbauer ganó la final de copa de 1969 como ganó tantas otras y su extraordinaria eficacia competitiva se convirtió en la enseña de la nueva identidad futbolística alemana. Centrocampista en origen, llegó a jugar en posiciones muy adelantadas pero fue retrasando gradualmente su base de operaciones hasta convertirse en el líbero más célebre de todos los tiempos.
Futbolista con una enorme capacidad de mando, era conocido por los envíos largos con los que dirigía sus huestes desde su privilegiado mirador pero si era preciso también abandonaba las murallas del castillo para presentar batalla en el fragor del combate. Entre cadenas de paredes, pases precisos y regias conducciones el fútbol de Franz Beckenbauer inspiraba y reorganizaba a sus compañeros allí por donde pasaba ajustando a su alrededor una hueste que muchas veces pareció invencible.
«¿Es acaso la ley de Camelot la que rige el mundo entero?» se pregunta Meleagante en El primer caballero (1995). Así fue en el fútbol, por cierto tiempo. Tanto que ningún otro rey sobre el césped ha mantenido tan estrecha relación con el poder como Franz Beckenbauer. Cual soberano nacido del más alto linaje que requiere de constante homenaje, su figura ha sido encumbrada por todas las altas esferas futbolísticas hasta el punto de que en 2007 la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol creó un premio al «Genio universal del fútbol Mundial» cuyos peculiares requisitos se ajustaban a un único candidato posible.
5) EL MITO DEL RETORNO
«Yo no vine al mundo para vivir como un hombre, sino para ser un recuerdo vivo. Nuestra hermandad fue un tiempo de felicidad imperecedera; y porque no puede olvidarse ese tiempo feliz, volverá una vez más», Arturo, en Excalibur.
Cada década de la historia del cine cuenta -por lo menos- con una gran revisión de la leyenda artúrica. Han pasado más de mil años desde que Arturo devolvió Excalibur a las aguas en el ocaso de su reinado pero el rey vuelve a la vida una vez tras otra, vigente ante el paso del tiempo, regresando a los suyos en cada momento de necesidad. Tal y como está escrito.
El primer retorno de Franz Beckenbauer no se hizo esperar: un año después de entregar su espada el Káiser asumió el cargo de seleccionador alemán. Los nuevos caballeros de la tabla redonda habíanEl Mundial de 1990 coronó a Beckenbauer para toda la eternidad fracasado en la Eurocopa de 1984, venían de perder la final del Mundial de 1982 y Maradona les arrebataría la de 1986, pero el liderazgo del rey se impondría en un tercer asalto consecutivo a la gloria. Con la conquista del Mundial de 1990 el Káiser reinstauró el orgullo de un país que a los pocos meses, como si el balón se empecinara en marcar la historia nacional, reunificaría su territorio con el de Alemania oriental. Los dos siguientes advenimientos del rey de los teutones acudieron al rescate de un Bayern de Múnich que no encontraba el camino del éxito: pocos meses le bastaron en ambos casos para ganar la liga de 1994 y la Copa de la UEFA de 1996, en la que Franz Beckenbauer exhibió plenos poderes al compaginar sus labores técnicas con la presidencia del club y un activo papel como columnista deportivo. Bajo su labor presidencial el Bayern de Múnich reinstauró su hegemonía alemana y el éxito organizativo del Mundial de 2006 se liga a su papel como gran promotor de la iniciativa.
«Es increíble la popularidad de la que sigue gozando entre la gente joven pese a que nunca le vieron jugar en directo», apuntó Reinhard Rauball, presidente de la Liga Alemana. La figura del Káiser es omnipresente en el fútbol alemán, la voz de la conciencia y el faro que ilumina el camino. Bien lo saben Lothar Matthäus y Matthias Sammer, centrocampistas reconvertidos a líberos que encarnaron sendas resurrecciones triunfales del mito al servicio del Bayern de Múnich y la selección alemana. Bernd Schuster, Michael Ballack, Bastian Schweinsteiger, Toni Kroos y un largo etcétera atestiguan que ningún gran proyecto de centrocampista alemán escapa a los pasos de Franz Beckenbauer, un modelo que pervive y seguirá inspirando a los nuevos caballeros teutones.
El musical Camelot (1967) termina su propia revisión del relato artúrico justo antes de la batalla final en la que perecerán el rey y el grueso de sus caballeros. En un momento tan oscuro un muchacho desconocido, fascinado por los relatos de la tabla redonda, acude a Arturo deseoso de luchar bajo su enseña. Antes de marchar hacia la muerte el monarca ordena caballero al joven y le encomienda vivir y crecer para luchar otro día: «¡No dejes que se olvide / que una vez hubo un lugar, / por un breve tiempo brillante, / que era conocido como Camelot!».
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Referencias:
Evasión o Victoria. Introducción I: El sueño más grande
Evasión o Victoria. Introducción II: Tren de Sombras, cartografía de la luz
Episodio I: «El poder de la sonrisa».
Episodio II: «El furor del potrero»
@DavidLeonRon 26 enero, 2016
Bravo.
La figura de Beckenbauer es enorme, básicamente porque como comenta el artículo, va más allá de haber sido un futbolista legendario. Como técnico ha hecho cosas muy grandes, como ganar un Mundial y casi otro, o lograr títulos también a nivel de clubes. No diré que ha tenido el impacto global de Cruyff pero su figura es gigantesca.
Dicho esto, opinión personal, a veces me chirría un poco cuando se le coloca entre los muuuuuy mejores de la historia. Pero es normal, fue la cabeza visible de un ciclo ultratiránico.