«Y será entonces, en el espacio extendido entre la sierra de Cochinoca y el cabo San Pío de la isla Grande de Tierra del Fuego, cuando surgirá él, cual cometa presagiando la llegada de algo mayor. Menudo, ligero, de cabellera pintoresca, que la tocará con el pie derecho, como un ángel. Será amado. También por D10S, que entonces será niño, de regate incesante, imparable, y zurda ya inmortal. Generación tras generación, en el ciclo del fútbol.» (Anónimo).
En el año 74 del siglo XX, Ricardo Enrique Bochini se consolidó como estrella argentina y símbolo del fútbol que le gustaba a la gente. Maradona, embelesado por su juego, lo disfrutaba e imitaba mientras se acercaba a su sueño de ser profesional.
Más de dos décadas después, con la profecía olvidada, o mejor dicho, deteriorada por abuso, algo pasó en el estadio Monumental de Buenos Aires. Fue el aviso del segundo advenimiento, el de Lionel Messi, aunque en aquel instante, nadie se dio cuenta.
El Payaso y los Cuatro Fantásticos
Eran tiempos felices para River Plate. Acababa de ganar la Copa Libertadores frente al América de Cali de la mano del príncipe Enzo Francescoli. Hernán Crespo lo acompañaba en aquella punta de ataque, y el extraordinario Ariel Ortega los alimentaba desde la segunda línea, mientras que figuras de renombre internacional como Sorín, Almeyda, Celso Ayala o el «Mono» Burgos ponían cimientos a aquel equipo, uno de los últimos latinoamericanos que poco tuvieron que envidiar a las potencias de la vieja Europa. Luego se alzaría con el torneo Apertura de 1996, título que constaría en el Palmarés de todos estos jefes y de un pibe de 16 años al que se le permitió compartir una noche con ellos. Le apodaban «El Payaso».
El jugador favorito del Diego era una «gallina»El mote generaba conflicto. De hecho, el chico no lo aceptaba; aunque la verdad, su pinta esbozaba sonrisas. Su cabeza llena de rizos mantenía una proporción de dibujo animado con respecto al resto de su cuerpo, el lunar de su rostro resultaba simpático y encima parecía vestir tres tallas más de la que le convenía, provocando una imagen bombacha en consonancia con los pantalones de Aladdin o, efectivamente, con algunos payasos de circo. Además, el fútbol de Aimar era muy divertido. Basado en la pared, que tan como propia siente Argentina y todavía más la afición millonaria, salpicaba esos pases con eslaloms, giros y variados gestos técnicos llenos de engaño, a una velocidad perfecta en términos lúdicos, pues compaginaba la eficacia productiva con el agrado al ojo humano, que se daba cuenta de todo. Era un show involuntario. Maradona decía que nadie le llenaba como él.
Aimar sucedió al Burro tras cumplir la mayoríaOcurría que Aimar, inteligente, quería separarse de la etiqueta excéntrica que solía preceder a cada nuevo talento argentino, y era de justicia que así fuese. Desde que llegó a Primera, mostró una profesionalidad, una seriedad y un carácter que denotaban no sólo madurez, sino también una pasta especial, diferente. Y el mismo cariz le aplicaba a su fútbol. Pese a tratarse de un auténtico fenómeno técnico, capaz de obrar la filigrana más vistosa, Aimar jamás se perdió en el preciosismo. Era futbolista-futbolista, su obligación y deseo consistían en la victoria y el camino más corto hacia la misma era jugar bien, con equilibrio y respeto. Fue justo esta manera de afrontar su oficio lo que le facilitó cumplir la primera misión imposible que le fue encomendada: recoger el testigo del «Burrito» Ortega en el verano del 97, cuando éste, que quizá era el atacante más desequilibrante de Sudamérica, se mudó a Valencia para desgracia de Van Gaal y del Barcelona. Ariel faltó en casa cuatro cursos completos, en los que River, con Aimar llevando la «10», campeonó cuatro veces: en dos Aperturas y dos Clausuras.
La segunda mitad del año 2000 sería vivida con una intensidad bárbara por Aimar y la afición de River.
Sin embargo, los momentos más inolvidables se agolparon sin duda llegando al final, mediado el año 2000. El bombo de cuartos de final de la Copa Libertadores se mostró caprichoso y emparejó al River de Aimar y Saviola contra el Boca de Riquelme. La eliminatoria paralizó el planeta fútbol y puso a la Liga argentina en un lugar privilegiado. La ida se presentó con un despliegue de juego alegre y ofensivo made in River Plate, con Pablo tocando la pelota de modo compulsivo y el Conejo sembrando el pánico en la zaga bostera. Paulatinamente, el encuentro giró porque Riquelme era muy bueno, pero un heroico Yepes mantuvo el 2-1 que daba ventaja a los millonarios para visitar la Bombonera. Una vez allá, lo dicho: Riquelme era terrible. River poseía un ataque más eléctrico, rico y bonito, pero Juan Román dominó la noche hasta convertir en dolor humano la frustración deportiva. Boca la recuerda como una de sus más felices, y como la del retorno de Palermo, que reapareció, marcando el 3-0 definitivo, tras seis meses de lesión. Aimar sufrió muchísimo.
Y como por arte de magia y cura de balón, Ariel Ortega, quien había emigrado a Europa para que Aimar se erigiese como el gran líder, regresó al Monumental tras su díscola aventura transoceánica. Durante seis meses, ambos convivirían junto a Juan Pablo Ángel y el propio Javier Pedro Saviola, dando origen al eterno River Plate de los Cuatro Fantásticos, presentado en sociedad el 27 de agosto de aquel 2000, en un River 4-Rosario Central 1. Reviviendo tan solo el resumen de aquel choque, así como el timbre de voz usado por los locutores nacionales para expresar cómo jugaban, se comprende el brutal impacto cultural que imprimió aquel conjunto. Ángel fijando como delantero centro, Saviola picando a los espacios, Ortega burreándose a sus inferiores y Aimar uniendo a los tres cracks encadenaron exhibición tras exhibición. A base de toque y arte, borraron del corazón de River la pena por la caída ante Boca. Pero llegaría la primera despedida de Pablo Aimar. Era imposible retenerlo. El Valencia de Héctor Cúper, uno de los equipos TOP de la Champions League, había pagado por él 24 millones de €uros.
La Final de 2001 y el Valencia de Benítez
Pablo Aimar debutó como ché en un partido de Liga de Campeones contra el Manchester United. Sir Alex Ferguson y su histórico doble pivote, formado por Roy Keane y Paul Scholes, le dieron la bienvenida. Quien escribe este texto tenía entonces 12 años y nunca, nunca, olvidará la viva pasión que Michael Robinson y, sobre todo, Carlos Martínez transmitieron durante la emisión del choque en Canal Plus. Aimar completó una actuación absolutamente cautivadora. Enamoró a España en 45 minutos. Qué pedazo de mago, por favor.
Héctor Cúper, técnico de fama ultra defensiva ganada a pulso, representaba un caso curioso. Aunque el fútbol de sus equipos era sin duda conservador, sus alineaciones parecían súper ofensivas. Aquel día salió con Baraja (de pivote), Kily González (de interior izquierdo), Angulo (de interior derecho), Mendieta (de mediapunta), Aimar (de delantero) y Carew (de delantero) a la vez. Con dicha configuración, a Pablo le costó entrar en juego, sus apariciones fueron esporádicas. En el segundo periodo, Mendieta bajó al interior derecho, Angulo subió a la delantera y Aimar bajó a la mediapunta. Y comenzó la obra maestra. Mestalla había disfrutado (a cuenta-gotas, pero disfrutado) de la inagotable magia del Burrito Ortega hacía apenas un rato, pero el virtuosismo asociativo de ese Aimar, sus paredes y su pausa cabal… aquello era otra cosa. Sin demora, se convirtió en una estrella.
Aimar fue suplido en el minuto 45 de la FinalAquella misma temporada el Valencia volvería a jugar la Final del torneo máximo, doce meses después de la durísima derrota en París. Por desgracia, se ahogó en la orilla de nuevo. En esa ocasión, en la tanda de penaltis. El equipo estaba más preparado y compitió contra el Bayern de igual a igual, tanto con el plan A como con el plan B. El primero contaba con Aimar, de mediapunta, escoltado por el mediocentro Baraja y los interiores Mendieta y Kily. Pablo jugó bien, pero no estaba dominando el encuentro ni mucho menos, incluso le faltó un poco de presencia. Por eso, en el minuto 45, Cúper le quitó del campo y dio entrada a Albelda, transformando el 4-3-1-2 (rombo) en un 4-4-2 con doble pivote. La decisión no perjudicó demasiado, además Effenberg estaba disputando el mejor partido de su vida y había que intentar algo para reducirlo, pero como se perdió, aquello trajo cola. Se consideró la gota que colmó el vaso del conservadurismo de Cúper. Se marchó al Inter. Y a Mestalla, llegó Rafa Benítez.
Benítez cambió el 4-3-1-2 de Cúper (rombo y dos puntas) por un 4-2-3-1 (doble pivote y un punta), pero el Valencia fue más ofensivo.
Benítez supuso una cuasi-revolución. Y era lo mínimo. Mendieta se había marchado a la Lazio y, sin él, el sistema de Cúper no se sostenía. Entre todas las que tomó, sobresalieron dos decisiones que dieron forma al nuevo Valencia. La primera, apostar radicalmente por el doble pivote Albelda-Baraja, tan denostado hasta entonces. Como consecuencia, Rubén explotó hasta convertirse en uno de los centrocampistas más dictatoriales del circuito europeo. A menudo se le recuerda como un llegador, pero fue bastante más que eso. Baraja actuaba de auténtico cerebro, era capaz de articular una posesión y un ataque organizado muy versátil, y liberarle, descargarle de la obligación de guardarle la espalda al resto, fomentó su participación ofensiva. Y así, el Valencia ganó posesión. Eso sonaba a música para Aimar, pero quedaba un escollo para él. En pos de formar un doble pivote, una de las tres posiciones del ataque debía desaparecer: o se jugaba sin mediapunta, o se jugaba con un solo delantero. Pablo resultaba amenazado. Sus cifras goleadoras eran ínfimas, y el plantel ché no disponía de ningún killer capaz de soportar por sí mismo toda la carga anotadora. Pese a ello, Benítez confió en Aimar. Hubo de convivir con la falta de pegada, fue una limitación real e importante, pero compensó. El péndulo conformado por Baraja y Aimar, a pleno rendimiento, dominó la Liga. Puede decirse, así para empezar, que Rafa Benítez regaló a Europa al gran Aimar. Sucedió tal cual.
Aimar ocupaba todo el ancho del campoRevisitando los partidos del Valencia de las dos Ligas, lo que más asombra de Pablo Aimar, con suma diferencia, es la enorme cantidad de metros que abarcaba. A lo ancho del campo, cubría la práctica totalidad del terreno, iba de banda a banda, sin perder electricidad. Y ahí residía su faceta más condicionante. Estaba constantemente ofreciendo soluciones para avanzar con la posesión controlada; no se podía sujetar o marcar a un enganche que se movía tantísimo, y cuando manejaba la pelota, quitársela resultaba casi imposible. Tras ese punto, lo que tocase. No es nada habitual encontrar en un hombre un dominio tan perfecto tanto de la pared -primer toque- como de la pausa. Destrozaba defensas con la mezcla. Además, sus caídas a los costados permitieron a, sobre todo, Vicente y Angulo compensar su déficit goleador. La diagonal hacia el área se despejaba tras su desmarque. Ambas alas se hicieron de oro. Los conciertos de Aimar en esta época se contaron por docenas. Aquí uno de ellos.
Sin lugar para el debate, el ciclo de Benítez en Mestalla pasó a la historia por su firme seguridad defensiva. La zaga liderada por Cañizares y Ayala dio al proyecto una rocosidad y un cuidado por el detalle que derivó en títulos. Pero la creatividad impulsada por Aimar, a su vez impulsado por Baraja, anduvo cerca de sumar el mismo peso. Gracias a su pre-claridad atacante, un equipo sin mucha pegada, y que nunca arriesgaba más de lo prudente, ganaba partidos.
Aimar conquistó a Benítez desde la más fantástica excelencia. Sin ella, Rafa comenzó a ir a lo «seguro».
La relación exitosa que mantuviera Aimar con un técnico tan marcadamente europeo como el español, que encima es un reconocido obseso táctico, prueba la categoría competitiva del futbolista. Supo hacerse valer hasta para quien la palabra «equilibrio» atesora una importante carga de perfume erótico. Con su inteligencia, con su magnífica sencillez, convenció al más pragmático de los entrenadores de que apostase por el juego puro en la segunda demarcación más adelantada de su sistema, aunque la rentabilidad directa jamás fuera a superar la escasa cifra de 10 tantos. Dicho esto, el desgaste fue tremendo. Para justificar su titularidad, Aimar debía rayar la excelencia noche tras noche. Eso le hizo ver menos indiscutible de lo que en realidad fue, y con certeza, acortó la comodidad de la convivencia. En cuanto perdió frescura, Benítez empezó a dar cancha a goleadores más prolíficos o a centrocampistas de mayor impacto defensivo, según la necesidad. Y poco a poco, se apagó la llama más fogosa de El Payaso más serio, más constante. El de la credibilidad.
Aimar, prematuramente machacado a nivel físico, empezó su calvario con las lesiones y, para colmo, se topó con Ranieri, con quien no hizo buenas migas. Luego, de la mano de Quique Sánchez Flores, retomó un poco el vuelo, sin alcanzar el glorioso funcionamiento de antaño pero volviendo a marcar diferencias en la élite internacional. Tanto el Real Zaragoza como el SL Benfica gozaron de ese Aimar de los últimos años, menos activo, menos móvil, más irregular en sus apariciones, pero igualmente soberbio en la lectura de los tiempos y la dirección de los ataques. De hecho, Da Luz viviría un año de lo más seductor bajo su mando y manto, en la temporada 2009/10, regresando, posicionalmente, a los tiempos de Cúper, pero impregnando el sistema con un aroma muchísimo más creativo y liberal. García cerraba el rombo, Di María y Ramires activaban los costados y Cardozo y ¡Saviola! definían sus servicios. En última instancia, emigró a Malasia, buscando el tributo del exotismo, no sin después regresar a casa para decir adiós. Se le vio poco por el Monumental. Su cuerpo dijo basta. La carrera de un genio había finalizado. Para pena, incluso, del número 1.
En su honor, no olviden la profecía. El tercer D10S tampoco nacerá sin ayuda. Necesitará al nuevo Bochini, para que le inspire una vez más. Recordad: bajito, con melena singular y mucho fútbol. Diestro. Y argentino.
@_H___H_ 30 julio, 2015
Bravo, te mereces una ovación por este artículo tan emocionante, me encantó, no alcancé a disfrutar tan conscientemente de la magia de Aimar, tenía nueve años cuando se juntó con los cuatro fantásticos, y alcancé a ver partidos pero no recuerdo mucho, en verdad que uno lo ve y se le nota una diferencia tan grande en lo técnico, una calidad tan excelsa, lo vi sólo esos veinte minutos que entró para despedirse contra central hace casi dos meses y se notaba, todavía sobresalía, la diferencia que hacía cuando tocaba el balón él con todos los demás era tan grande, solo Teo Gutierrez le devolvía bien las paredes. Lo más increíble era ver que no se la podían sacar y nunca tuvo que poner el cuerpo para protegerla, con su calidad bastaba.
Creo que mereció más, en Europa y en su despedida, creo que si hubiera llegado a lugares donde le tuvieran más fe y su cuerpo hubiera aguantado más pudo haber marcado época.
Y a River, si hubiera vuelto cuatro años antes hoy sería ídolo grande, top cinco seguro, todavía sueño con que Gallardo lo convenza y juegue unos minutos en el mundial de clubes, qué mejor despedida que enfrentando a Messi, así fuera en los últimos cinco minutos.