
Cuando el bombo europeo empareja a Juventus y Real Madrid seguramente el primer recuerdo que venga a la mente del aficionado neutral sea el de la final de 1998, con la conquista de la Séptima Copa de Europa de los madridistas. Pero la Vecchia Signora y los blancos se han medido en muchas más eliminatorias en la máxima competición continental. Recientemente, los italianos han salido muy bien parados en sus enfrentamientos con los españoles, tanto en la liguilla de la primera fase como también en los duelos a vida o muerte. Las dos últimas eliminatorias estuvieron marcadas por la actuación de un héroe inesperado, el uruguayo Marcelo Danubio Zalayeta, y la de un futuro Balón de Oro, Pavel Nedved.
En 2003 la Juventus sorprendió al Real Madrid en semifinales.
A inicios del siglo XXI, el Madrid de Florentino Pérez era el más lujoso transatlántico del fútbol europeo. Tras conquistar la Novena Copa de Europa en Glasgow ante el Bayer Leverkusen, el conjunto dirigido por Vicente del Bosque, con Ronaldo como gran novedad, caminaba con paso firme hacia la reedición del título. Hasta las semifinales, cuando el emparejamiento con la Juventus de Turín deparó un duelo de altura. Los madridistas contaban con el ya mencionado Ronaldo como punta de lanza de un conjunto con Luis Figo, Zidane, Raúl, Roberto Carlos, etc… Pero las semifinales llegaron en un momento en que el Madrid sufría la baja de Raúl en el primer partido –la famosa apendicitis-, y la de Ronaldo y Zidane, tocados, para la vuelta. Era un equipo poderosísimo en ataque, que además contaba con Makelele y Cambiasso –Flavio Conçeiçao- en la zona de mediocentros. Pero la pareja de centrales, con un veteranísimo Hierro y un Paco Pavón que, obviamente, no era un defensa de élite.
Trezeguet y Nedved se convirtieron en los verdugos GalácticosLa ida, en el Bernabeu, con Guti al lado de Makelele y Helguera de pareja de Hierro, el Madrid pasó apuros ante una Juventus solídisima. Aún adelantándose gracias a un gol del inspirado Ronaldo, Trezeguet empató, dando un valiosísimo gol fuera de casa para la Juve. Finalmente, Roberto Carlos daba a los madridistas una victoria por la mínima con la que ir al partido de vuelta en Turín. Allí, sin Makelele –Flávio y Cambiasso en el doble pivote-, y con un Raúl recién recuperado de la operación de apendicitis, el Madrid se presentó con Ronaldo en el banquillo. La intención de Del Bosque era asegurar atrás, pero Trezeguet tenía otros planes. A los doce minutos ya la Juve estaba por delante en el partido y la eliminatoria. Antes del descanso, Del Piero rompía la cintura de Hierro y marcaba el 2-0. La cosa se complicaba aún más, y peor aún cuando mediada la segunda parte, un Nedved desbocado, finiquitaba la carrera en el fútbol de élite del de Vélez Málaga y con un disparo lejano ponía un 3-0 que parecía inalcanzable. Apenas 5 minutos antes Figo había desperdiciado un penalti que hubiera metido al Madrid de lleno en la eliminatoria. El gol de Zidane en el 89, dio emoción a los últimos minutos, pero la Juve consiguió su merecido pase a la final de Old Trafford, donde perdería contra el Milan de Carlo Ancelotti. Pero con su victoria en esas semis, la Signora ponía la primera carga de demolición en el suntuoso proyecto Galáctico. Zalayeta pondría otra más algún año más tarde.
Si seguimos mirando hacia atrás, apenas dos años antes del famoso gol de Mijatovic que marcó a toda una generación de madridistas, la Juventus se había vuelto a vestir de coco para el equipo blanco. Por primera vez en los 90, el equipo del Bernabeu participaba en la Copa de Europa –el dominio del Barça de Cruyff había sido tiránico durante la primera mitad de la década- y se topó con una Juve en alza en los cuartos de final. Raúl se presentaba a Europa con la victoria en la ida en Madrid. Pero Delle Alpi fue demasiado para los blancos, y la Juventus continuó su andadura camino de su segunda Copa de Europa. La ganaría en Roma, contra el Ajax, con un tridente de ataque que todavía los buenos futboleros recuerdan: el joven Del Piero, y los arietes Ravanelli y Vialli.
En los 80 vivimos el fin de una gran generación juventina y el nacimiento de otra madridista.
En la segunda ronda de la Copa de Europa de 1986/87, Real Madrid y Juventus se vieron las caras. Los españoles, dirigidos por el holandés Leo Beenhakker, habían goleado al campeón suizo, el Young Boys, por 5-1 al Young Boys, no sin cierta sorpresa, ya que el conjunto madridista tuvo que remontar en el Bernabeu su derrota por la mínima en Suiza. Santillana, Valdano, Hugo Sánchez y Emilio Butragueño en dos ocasiones evitaron la sorpresa y consumaron la goleada blanca. Sólo viendo la relación de goleadores ya se da uno una idea de la excelente mezcla de veteranos y noveles de la que hacía gala el Real Madrid. La Quinta del Buitre estaba asentada en el primer equipo, se había fichado a la Quinta de los Machos –Hugo Sánchez, Gordillo, Maceda y Buyo- y los Camacho, Juanito o Santillana todavía daban mucha guerra. Era un equipazo.
La Juve, por su parte, había acabado la gloriosa etapa de Trapattoni –la mejor de su historia-, y con el mítico entrenador sentado ahora en el banquillo del Inter, los turineses miraron hacia la figura de Rino Marchesi, quien tuvo una temporada bastante irregular, abrumado por la hercúlea tarea que tenía entre manos. Laudrup era ahora la gran esperanza juventina, tomando el relevo de un Platini que jugaba su última temporada como profesional. El ariete Serena, destacadísimo el año anterior, era el sucesor de Paolo Rossi como nueve bianconero. Scirea o Cabrini seguían como estandartes de un equipo que había perdido en las anteriores temporadas la personalidad de Marco Tardelli y Zbigniew Boniek.
Paco Buyo detuvo a la Juve en su propia casaEn la ida, ante cien mil enfervorecidos madridistas, que por fin volvían a ver fútbol de Copa de Europa, Butragueño marcó el único gol tras recibir un excelente pase de Chendo, en una de sus subidas por la banda. No tuvo su día Laudrup, sustituído a la hora de juego, y tampoco el horrendo trencilla Valentine, que anuló un gol a la Juve. Pero en Turín, como pasaría muchas veces en el futuro, la Juve marcó pronto y al Madrid le tocó apretar los dientes y sufrir. Cabrini, inconmesurable lateral izquierdo, fue el autor del gol. El marcador continuó así hasta el final prórroga incluída y lo que se venía era la gran noche de Paco Buyo. Primero, el de Betanzos mantuvo al Madrid vivo parando un penalti a Sergio Brio. Esto suponía que el cero a cero siguiese en el marcador, ya que sorprendentemente Hugo Sánchez había marrado el primero de la tanda. Posteriormente Buyo detendría otro a Lionello Manfredonia, decisivo para el pase a cuartos de final.
Para la Juve, esta eliminación supuso el final de una época inigualable y el inicio de una sequía que duraría hasta 1994-95. La próxima vez que la Vecchia Signoria volviese a pisar la Copa de Europa ya ni siquiera se llamaría así. Y lo hizo para volver a ganar la Copa de las grandes orejas y, esta vez sí, poder celebrar por las calles de Turín. Para el Madrid, supuso el renacimiento de una ilusión, la de la Séptima, alimentada por una fantástica generación de canteranos. Al mismo tiempo, sería fuente de contínuas decepciones, ante la imposibilidad de hacerse con el ansiado trofeo, que llegaría doce años después, como no, ante la Juve.
30 años atrás, la Juve fue protagonista en la llegada de Di Stefano al Madrid.
Más de tres décadas antes de la gran noche de Buyo, con el fichaje de Di Stefano por Barcelona o Real Madrid empantanado en las diversas cláusulas del Pacto de Lima, los culés intentaron recuperar el dinero pagado a River Plate por unos derechos que el club argentino aún no tenía vendiendo a Di Stefano a la Juventus. El argentino no tuvo nunca intención de jugar en Italia, y este fue uno de los motivos –junto al cese de su amigo José Samitier como director deportivo del Barcelona- por los cuales la Saeta viajó a Madrid a intentar forzar su pase definitivo al club blanco. Cuánto hubiese cambiado la historia del fútbol europeo de haberse consumado la vuelta de Alfredo a la tierra de sus antepasados.
El caso es que esto nunca pasó, y L’Omnipresent, como lo bautizó la prensa gala tras la final de la primera Copa de Europa, cambió al Madrid y lo convirtió en una fuerza imparable en la Copa de Europa. A finales de los 50, la Juve seguía intentando plasmar su dominio italiano también en Europa, y para ello, a su genio nativo, un tal Giampiero Boniperti, talento ofensivo de clase mundial, le unió a un gigante galés, tan fuerte como noble, mito del fútbol británico y referente absoluto de los juventinos en el futuro: John Charles. Completando el puzzle, un genio rioplantense, como Di Stefano, Enrique Omar Sívori, un genuíno representante de los Ángeles Carasucias, la mítica Argentina que ganó la Copa América del 57. La Juve consolidó su supremacía en el fútbol transalpino, pero Europa se le resistía. En el 62, el Madrid ya no era el indiscutible rey de Europa y, en cuartos de final, la Juventus por fin se encontraba con la eliminatoria que podía cimentar su posición continental de manera definitiva. Los de Miguel Muñoz contaban con una defensa tosca, aún liderada por el veterano Santamaría, y la delantera seguía viviendo de Di Stefano y Puskás, más el imparable Gento por la izquierda.
Aquella fue la primera derrota del Madrid en el Santiago BernabéuEn Turín, el Madrid dio un golpe en la mesa, ganando 0-1, lo que parecía señalar un nuevo fracaso juventino. Di Stefano marcó el único tanto y Del Sol encandiló al Comunale y a los Agnelli, que le firmarían ese mismo año. Sería fundamental en la Juve y todavía reverenciado en Turín. El caso es que los turineses vinieron a Madrid con la misión de lavar su imagen, no contando que sería Di Stefano quien lo haría. La Juve, vestida totalemente de negro, apenas se distinguía del árbitro. El nueve madridista, indignadísimo, y aplicando algunos juegos mentales de los que era un maestro, se pasó la primera parte amenazando al árbitro de que si la Juventus no se cambiaba de colores, el Madrid no jugaría la segunda parte. Seguramente sería un farol, pero lo cierto es que la Juventus ganó en el Bernabeu vistiendo de morado con una camiseta ¡del Real Madrid! Sívori estuvo inspiradísimo, muy motivado por el enfrentamiento con su paisano, y más aún el guardameta Anzolin, auténtico muro para el ataque blanco. Era la primera derrota del Madrid en el Bernabeu desde el inicio de la Copa de Europa en 1955.
Se daba paso a un partido de desempate, que se jugó una semana después en el Parque de los Príncipes de París. En el estadio parisino, el Real Madrid se impuso por 3-1, con goles de Felo, Del Sol y Tejada, mientras Sívori marcaba el de los turineses. El Madrid perdería la final en Amsterdam contra el Benfica, el día que un joven mozambiqueño destrozó sin piedad a sus ídolos, sólo para luego llorar como un niño cuando esos inmortales, un argentino y un húngaro, le regalaron sus camisetas. La Juve, por fin, presentaba cara de equipo gran en Europa. Una cara que ya nunca cambiaría.
Monopandillero 5 mayo, 2015
Justo ayer veía aquel partido de vuelta de 2003 y me divertí muchísimo.
Desde el ambientazo de Delle Alpi (recuerdo ver de niño ese estadio por la tv y relacionarlo con el infierno), los primeros 15 minutos abrumadores que hace la Juve acorralando al Madrid contra su arco con un Nedved desatado moviéndose por todo el ancho del campo, los 15 minutos posteriores donde Figo y Zidane comienzan a tirar paredes entre sí y despiden una personalidad brutal, los minutos donde Del Piero machaca a Hierro y Paolo Montero da una exhibición saliendo en conducción, la única carrera que tenía Ronaldo en el cuerpo y que la gasta obligando al uruguayo a derribarlo en el área, el falló de Figo y el posterior golazo de Nedved, el llanto del checo al saber que se perdía la final por una amarilla innecesaria… Creo que es uno de los partidos icónicos en mi relación con la Copa de Europa.