“El orden es el placer de la razón pero el desorden es la delicia de la imaginación”, Paul Claudel.
A principios de la década de los ’70, el Doctor Benito Siccardi le rogó a su amigo Carlos Peucelle que dejase escrito su testamento futbolístico de cara a evitar que las futuras generaciones pudiesen llegar a perder su sabiduría. Salvaguardado en letra impresa todo lo esencial que Carlos había aportado al fútbol, nacía la esperanza de que aquel conocimiento actuase como una luz encendida para aquellos que quisiesen seguirlo. Así, asumiendo como propia la premisa peucelliana de que “el juego no se puede enseñar”, nos queda solo la posibilidad de entender la mecánica de la incubadora.
¿Por qué ya no hay futbolistas como los de antes?
Lo primero y fundamental es que para llegar a jugar con orden debe existir primero una época de juego desordenado. Dante Panzeri estimaba que «el futbolista se forma entre los 13 y 17 años», pero requiereLa pelota es el único profesor que no falla de un requisito fundamental: «¡muchas horas diarias con la pelota!». El jugador, por tanto, se hace jugando. Siendo ésta «el único profesor de fútbol infalible». «La técnica del juego si se enseña y se aprende» decía Peucelle, «pero el juego no se puede enseñar». Más bien al revés. Durante el proceso que él llamaba «capacitación», lejos de agregar se les quitaban cosas. Se les corregía, se les aconsejaba su ubicación en campo (función) más adecuada y, cuando ya había dominio de la pelota, se les recomendaba simplificar de cara a conseguir un «uso sin abusos». Para Peucelle el futbolista podrá aprender, pero nunca ser enseñado. Si adquiere juego será por «ilustración», «se enseña él solo», aunque especulaba con dos posibles tipos de alumno: los que mastican y los que huelen. Según si su adquisición se debe a su inteligencia o a su instinto.
Un alumno de Peucelle, José Manuel Moreno, decía que “el jugador nace en el potrero, pero siempre tiene cosas para pulir” y se refería a esto mismo. Cuando Ondino Viera, famoso entrenador uruguayo de larguísima carrera brasileña, quiso ahondar en las particularidades del criollimo, consideró que el modelo pedagógico europeo (escuela inglesa), por su aplicación eminentemente coercitiva, promueve un sujeto futbolístico silencioso, subordinado y sumiso, bueno para los automatismos, pero con evidentes carencias “técnicas, psíquicas, psicotécnicas y psicofísicas” que lo limitan. Determinando, a modo de corolario, que las “concepciones colectivistas” características del fútbol europeo eran tan hijas de dichas limitaciones como de una “expresión más atlética de la técnica”. Por contra el criollismo habría priorizado la autonomía y la iniciativa, lo que a la postre habría sido un estimulo para el desarrollo de sus características más admiradas como, por ejemplo, el mayor control de la pelota o la cultura de la gambeta.
El mito del jugador criollo arguye que las características que se le atribuyen fueron fomentadas por particularidades socio-económicas: la antaño alabada y hoy sujeta a debate «cultura del potrero». El potrero es un baldío, un solar en el que no se ha edificado. Un gran periodista uruguayo radicado en Argentina, Ricardo Lorenzo Rodríguez «Borocotó», fue uno de los impulsores desde la revista «El Gráfico» de emplear el lugar donde los muchachos argentinos se iniciaban con el balón (el potrero) como símbolo de las cualidades de un fútbol particular. Este aspecto ha sido criticado por autores «modernos» como Eduardo P. Archetti, antropólogo argentino, quien consideraba que pibe y potrero son «mitos» en el sentido de «ficticios». Un sinónimo de cuento.
La teoría de la construcción de una identidad contra el enfoque sociodeportivo.
Archetti ha justificado este enfoque en su obra («El potrero, la pista y el ring») estableciendo que el “estilo criollo” es un tipo de «narrativa mítica» que trata de construir una identidad nacional. Primero, durante los años 20 (S.XX), como una forma de oposición al «legado británico» y, a medida que llegaban los éxitos internacionales, como una forma de «hacerse visibles en un mundo cada vez más internacional». Bajo este prisma antropológico, el potrero deviene una metáfora de la pampa salvaje. Un territorio mitológico que conecta la fundación mítica del fútbol con el «rico ecosistema» de la pampa argentina, presente en varias de las «narrativas históricas dominantes» de la zona.
Sin embargo un entrenador «moderno» como Johan Cruyff dejó escrito -por las mismas fechas en que Archetti publicaba sus trabajos- que había que “recuperar el espíritu primigenio del fútbol”, refiriéndose con estoJohan Cruyff creía que había que recuperar el perdido fútbol de calle a la práctica del fútbol callejero. Durante la serie de entrevistas que permitieron a Sergi Pàmies editar «Me gusta el fútbol», Johan le dedicó el primer capítulo a explicar su propio itinerario de desarrollo técnico, remarcando su condición amateur, el aprendizaje por medio de la imitación y la naturaleza del espacio de juego (calles y plazas de barrio). Según Cruyff la «falta de calidad técnica en muchos jugadores (actuales) está relacionada, sin duda, con el lugar donde los jóvenes aprenden a jugar a fútbol». Lo que le ha motivado a generar propuestas que buscan «recuperar este espíritu del fútbol de calle», como la iniciativa Cruyff Courts para promocionar ese fútbol callejero donde «no siempre es necesario tener todos los elementos (portería, balón…)» puesto que se cuenta con la «imaginación e ilusión» para encontrar soluciones que hagan factible el juego en cualquier espacio libre. Sin haber estado nunca ligado a la cultura criolla, Cruyff emitió un discurso afín al de Peucelle, al que nunca conoció, y reivindicando los mismos aspectos como fundacionales del «jugar bien», así como justificando la perdida de calidad de una generación a otra con los mismos argumentos que Dante Panzeri: la perdida del «alma del potrero» o fútbol de calle.
¿Cuál es la medida de lo perdido sin el llamado «fútbol de calle»?
La reflexión de Ondino Viera sobre la conveniencia de estimular el interés (dentro-fuera) por encima de la disciplina (fuera-dentro), dado que en el primer modelo incentiva lo espontáneo y el segundo la subordinación, nos retrotrae a la dicotomía entre artistas y funcionarios. Pudiendo entenderse de sus consideraciones que poner el acento en la libertad, en lugar de en la rigidez, alienta el crecimiento de los artistas (creativos). El fútbol es distinto al arte puro ya que es juego. Lo que significa que lograr el “virtuosismo” está al servicio de poder ganar, antes que de consideraciones estéticas. No en vano ya Panzeri afirmaba que «el fútbol que nos gusta… tiene por objetivo ganar todos los partidos», aunque con matices: «El fútbol totalmente logrado (ideal) es aquel que proporciona la victoria asociada a lo bello de lo que es ingenioso como juego». La idea de «belleza de un arte» esta ampliamente recogida en su libro fundacional «Fútbol. Dinámica de lo Impensado» lo que nos lleva a una consideración: ¿el fútbol además de juego es arte? ¿Podemos encontrar similitudes en la evolución de un futbolista y un artista?
Existe al menos una metodología ligada a la pedagogía en técnicas de movimiento corporal y con vocación artística, que ofrece muchos puntos de contacto interesantes con las propuestas deEl maestro está para descubrir el potencial sensible a su alumno semillero estilo Máquina peucellianas. La profesora Mercedes Ridocci, especialista en Movimiento Orgánico y Expresión Corporal, define que en su especialidad, «el maestro está para guiar al alumno a descubrir su potencial sensible, a descubrir sus capacidades corporales, ofreciéndole para ello las herramientas necesarias para su expresión y canalización hacia la expresión y el arte. Es el alumno el que va encontrando su propia voz, a esto se debe que en esta técnica el alumno nunca se parecerá al maestro, ni los alumnos entre sí. Evidentemente el maestro corrige, pero siempre desde la consideración del cuerpo y el ser sensible que tiene delante. No siempre se pide lo mismo a todos los alumnos, el maestro respeta el proceso individual de aprendizaje y las capacidades de cada uno, eso sí, al menos yo, intento exprimir el jugo del alumno todo lo que puedo. Desde esta forma de trabajo, el alumno se esculpe a si mismo, se hace a si mismo, es a la vez escultor y la materia que esculpe».
Ambas perspectivas, de vocación artesanal, comparten el enfoque de trabajar con lo que trae el alumno. En ellas se debe renunciar a la pretensión de que salga todo perfecto desde el principio, y considerar imprescindible la fase de producir. Mejor o peor, correcto o incorrecto, pero hay que producir para luego depurar, tanto si es una técnica de expresión corporal como si se trata del juego del fútbol. El maestro balompédico estilo Máquina requerirá que haya una experiencia previa de fútbol para poder trabajar. Resulta sugerente especular con que el «futbolista artista» (creativo) será, por tanto, el resultado de un proceso que le permita encontrar su propia voz y no de ser un mero producto del automatismo.
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Abel Rojas 14 noviembre, 2014
Pues estoy francamente sorprendido con la ideas de Peucelle.
Yo no sé nada de formación, pero cada vez que hablo con entrenadores de fútbol base "se quejan" más del entendimiento del juego de los chavales que de su nivel. Obviamente deben pulirlos técnicamente, pero siempre hacen más hincapié en la necesidad de enseñarles a entender el juego y tomar buenas decisiones. Como si el jugador medio aprendiese antes por sí mismo a resolver retos individuales que retos colectivos.