La atmósfera amigable y festiva de Brasil como ese simpático país tropical se empieza a diluir cuando alguien trae a colación el tema del futebol, toda una cuestión de estado. La pasión desaforada de doscientos millones de personas es una presión casi insoportable para las piernas de once jugadores. Parece que la eliminación es un fracaso del mismo calibre si se produce en semifinales que en la mismísima primera fase. Ganar o ganar, no hay más. En el penúltimo escalón espera Alemania, y la canarinha no tiene la habilidad de Neymar para esquivarla ni la presencia y el liderazgo de Thiago Silva para amedrentarla. Pero ya casi se ve la luz al final del túnel y Brasil quiere volver allí donde una vez fue feliz, o de algo así se trataba en «Bienvenidos al fin del mundo» (Edgar Wright, 2013).
Las juergas más etílicas provocan que nuestra memoria trabaje a veces de manera demasiado selectiva. Construimos nuestra visión idealizada del pasado obviando las desventajas que semejantes cogorzas podían tener en aquel momento. Gary «The King», protagonista de «Bienvenidos al fin del mundo», vive atesorando recuerdos que le impiden hacer lo que todo el mundo espera de un hombre de cuarenta años, todo lo que sus amigos de la infancia ya han hecho, por eso los arrastra hacia lo que él cree que debería ser la esencia de la vida: recorrer la milla dorada (beber 12 pintas de cerveza en los doce pubs de su pueblo). El hecho de que después se tuviesen que enfrentar a una invasión de robots y salvar el mundo es una consecuencia lógica que deriva del planteamiento de ese plan.
Los brasileños no acuden tan despreocupados a salvar el mundo. Enfrente tienen un fútbol cerebral, casi robótico. Pero ojo, de una tecnología alemana tan sofisticada que la diferencia es imperceptible. La imprevisibilidad de un central con pelo a lo afro que a veces se convierte en extremo, frente a la precisión milimétrica de un alemán de espíritu calmado. Los tiempos del Maracanazo están difusos en la memoria colectiva brasileira. No saben muy bien por qué, pero quieren volver a donde una vez fueron felices. O quizás no.
···
–
Referencias:
Revista Magnolia
Pedro Villena
¿Qué opinas?