Era la Copa de Europa más famosa de la historia y no existía. Tomó alma en el segundo verano del siglo presente, fíjense si hace tiempo, cuando Ronaldo fue presentado en el Santiago Bernabéu con la misión de conquistarla. Junto a él, Roberto Carlos, Figo y Zidane lucharon por ella hasta su último aliento, sin éxito ni proximidad. Primero Hierro y luego Raúl intentaron levantarla, claudicando ocho veces, una tras otra, mientras cada una de ellas iba supliendo a la anterior como la noche más triste de sus vidas. En 2010, Iker Casillas asumió el relevo iniciando así una época condenada a ser negra que tuvo luces y sombras porque el Madrid nunca se rinde. Pero dejó heridas, porque aquéllo fue durísimo, y en cierto modo a él, como a otros, se lo llevó por delante, provocando una escisión letal. Hasta anoche. Anoche, en el minuto 36 de la Final de la Liga de Campeones, un central uruguayo como Santamaría marcó el gol de la unanimidad blanca. Múnich, por ser una victoria que borra diez fracasos, había recuperado su estatus; Godín, a través del dolor, unificó sus sentimientos. El Real, poderoso y solo uno otra vez, desde el más joven a Don Alfredo Di Stefano, tenía una hora para ganar la Décima y a un dios que la quería: Ramos.
Y el Atlético de Madrid estuvo a una jugada de evitarla y concebir su primera. Diego Pablo Simeone implica al mundo por su espíritu y anima al fútbol a aprender si quiere. Si quiere. El Atleti obligó al equipo con más recursos de la Champions, el que se desenvuelve con calidad en un mayor número de escenarios distintos, a jugar en aquél que más favorece al escudo colchonero durante una parte importante de la Final. Da igual el presupuesto o la calidad media de las piezas si de repente llega un conjunto limitado pero supremo haciendo tres cosas que tiene el don de conseguir que los partidos consistan exactamente en hacerlas y nada más, tanto para ellos como para su contrario. Este Atlético es casi invencible porque es el Rey en el fútbol de contacto y logra que todos sus encuentros vayan por esos derroteros, cosa que incluso ayer, en su derrota más cruel, quedó contrastada. A esa virtud sumó el partido de la carrera de su épico capitán -¡¡Gabi!!- e incluso una delicia para gourmets en forma de exhibición de Villa. David, en su conmovedora y emocionante veteranía, firmó una de esas actuaciones de culto que convalidan Copas de Europa, al estilo de la de Drogba en el Allianz Arena dos años atrás. En realidad es que el cuento contó con todos sus elementos, el final feliz parecía garantizado, pero, sencillamente, el Real Madrid ha resucitado. No hay más.
Sergio Ramos comandó una salida de balón sólida y ganadora orquestada por Carlo Ancelotti.
Costa aguantó 7 min en el césped de Da LuzLos 10 primeros minutos fueron muy merengues. Al Atlético se le notó la inexperiencia y su propuesta defensiva pecó de timorata; Tiago y Gabi se excedían de conservadores, fijaban muy atrás y dejaban demasiado espacio entre la medular y Costa y Villa. Por su parte, el Madrid movía bien la pelota en salida y tomó la iniciativa táctica gracias a la pizarra de Ancelotti, que estuvo juguetón. Lo que pudo parecer un 4-4-2 con Di María y Bale en bandas y Khedira y Modric en el centro no fue tal, sino un 4-3-3 asimétrico con el interior izquierdo abierto para compensar que su extremo -Ronaldo- se cerraba por sistema. Es decir, Khedira y Modric no formaban ningún doble pivote; Sami era el mediocentro y Luka el interior derecho como siempre, lo cual permitía al croata liberarse y desmarcarse a placer. Como Khedira no administra el balón con la precisión y la fluidez de Alonso, Ramos dio un paso al frente y, con una actitud pasadora súper agresiva, dibujó los envíos más cortantes. Tácticamente el partido era blanco porque se metía con facilidad en campo rival y controlaba sin problemas los intentos de contra.
Del 10 al 60, el Atlético impuso su estilo soñadoEn cualquier caso, eso duró poco. Aunque en el fondo la base de la Final fue siempre la misma, la descrita, el Atlético consiguió disimularla más o menos desde el 10 al 60. Se juntaron varios factores. El primero, que Gabi se percató pronto de que lo de Benzema y Ronaldo era un farol. Ninguno de los dos estaba preparado para marcar diferencias físicas, así que el capi le perdió el respeto al tema, empezó a acompañar mejor la primera presión de los puntas y el Madrid se vio obligado a combinar con Iker en alguna ocasión, que es sinónimo de balón dividido. También era un balón dividido a su manera cada centro de los muchísimos que lanzó Di María durante el primer tiempo. El Madrid le hacía el aclarado y él, en vez de irse para dentro, que era lo suyo, la colgaba hacia Godín y Miranda, facilitando la recuperación atlética. Y, una vez la posesión pertenecía al actual campeón de Liga, el plan estaba clarísimo: juego directo sobre Raúl García con Juanfran, Gabi y Villa cerquita de él para ganar segundas jugadas. Mezclando todo esto, los colchoneros entraron en la dinámica que les gusta e igualaron la batalla. Encima, un error de Casillas les puso en ventaja en el marcador. Más no podían pedir. Y al comienzo del segundo periodo, cuando Simeone cambió el 4-4-2 por un 4-1-4-1 con Adrián en banda izquierda, hasta creó cierto peligro con frecuencia relativa. Quizá ese fuese su mejor momento de la noche.
Isco, que no estuvo mágico, mostró un poso táctico que puso el partido en bandeja a Modric y Marcelo.
Por eso antes de la hora de choque Ancelotti ya tenía a Marcelo e Isco esperando en la banda para ingresar en el terreno. Normal no es. Que un equipo pueda permitirse el lujo de usar como revulsivos a dos de los ¿10? jugadores más creativos de Europa, normal no es, y el Atlético, que ya en Liga había visto como esta dupla le desbordaba en el Calderón sin que nada pudiera hacer, se temió lo peor cargado de razones. No obstante, el doble cambio conllevaba riesgos. Sin Khedira, la capacidad de robo del Madrid quedaría ultra reducida, y al pasar a Modric a la posición de pivote, su impacto ofensivo podría haber sido inferior al recomendable. A la postre, eso sí, la revolución compensó con creces por un sin fin de motivos. En lo táctico, la clave fue Isco, cuya responsabilidad como interior derecho permitió a Modric volar a gusto sin que el sistema perdiese estabilidad. Si Modric veía la ocasión de crear peligro, Isco se cerraba, se retrasaba y quedaba por delante de Ramos y Varane a modo de tapón. Un tapón testimonial, correcto, pero suficiente para que Raphäel y Sergio hiciesen la diferencia. En lo técnico, la participación de Modric creció, la circulación ganó fluidez y riqueza y Luka volvió a gritar que es el centrocampista que domina el continente. Su habilidad, sus pases… es imparable incluso para la mejor defensa. Y luego Marcelo, que, por resumir mucho, fue el acabose. Simeone no tardó ni 10 minutos en quitar al tosco García y poner a Sosa, que es sudamericano, a trabajar sobre él, pero sirvió de poco. Su momento en la vida había llegado. Marcelo se iba alzar como el número dos de la Final de Lisboa y nadie iba a evitarlo. El uno ya saben quién fue. Inauguró la cascada de ocasiones, por cierto. Anticipó en campo contrario, tiró una pared con Di María desmarcándose hacia la banda y le sirvió un gol en bandeja a Cristiano o Benzema con un centro de Platini. A Ramos, de verdad, hay que verlo. No puede escribirse. Fue un no parar de pura gloria hasta el instante del clímax final.
Filipe no pudo contener a Bale al 100% pero le lastró lo suficiente para que no ganase la Final antes.
El gol del empate se retrasó y amenazó con no llegar nunca porque no existe un hueso como el Atlético de Madrid con resultado a favor. No solo sabe protegerse, sino que con la pelota lo borda; es maravilloso escondiendo el balón, acelerando el reloj y desesperando al rival. En esta fase del encuentro, Villa y Adrián brillaron con luz propia. El del Sporting, como cabeza de bombilla jugando de espaldas, atrayendo contrarios y echándosela al libre, mató al Real Madrid o debió matarlo; el del Oviedo, en la izquierda, abusó de las carencias defensivas de Isco para potenciar el efecto que estaba obrando Don David. Y fácil no podía resultarle, porque Carvajal se salió otra vez. Intensidad, posición, tranquilidad con la pelota, persistencia… A tontas y a locas, como quien la cosa no quiere, Carvajal se ha convertido en el lateral derecho de esta edición de la UEFA Champions League a sus 22 años. Sus últimos tres partidos, los más difíciles, han sido perfectos. A propósito, su compañero de banda, la única estrella blanca que físicamente respondía ante el Atlético, copó tanta responsabilidad como el propio Atleti en que el resultado fuese de 0-1 en el 93. Filipe le ganó la partida en el general y, cuando logró zafarse, anduvo muy por debajo de su nivel de definición medio. Sergio Ramos le libró de una buena. Bale había tenido la Final tres veces y se le estaba escapando.
Pero el Madrid estaba muriendo como nadie muere. Era una tormenta de peligro, ponía el cuero en posición de gol con una frecuencia que al Atlético, a quien no habían girando ni entre Iniesta, Neymar, Messi y el Camp Nou en su última reminiscencia de la era Pep, le estaba volviendo loco. Cada acometida blanca dejaba una víctima colchonera por el camino, los calambres se sucedían y la rendición mental asomaba sin remedio aparente, crono aparte. Y entonces, tras una doble ocasión que había merecido el tanto, el Atleti maquetó su antepenúltimo despeje y echó la pelota a córner. La fuerza e importancia del minuto posterior al saque de Luka Modric no puede medirse en un intento de análisis táctico como este texto. El cabezazo de Sergio Ramos, el de la Décima Copa de Europa, fue un crujido en el fútbol occidental. El tercer central histórico que gana partidos como Zico, Van Basten y Romario, el que ha venido tras Beckenbauer y Baresi, se distanció de la normalidad con su salto y cambió su carrera para siempre. Fue el flash-sideway de la justicia, ese click en la mente del mundo que hace que recordemos que esto lo ha hecho siempre. Que la volea anulada en Múnich en 2007 o la remontada imposible que casi completó ante Lewandowski un año ha ya hablaban de este futbolista de época aunque los resultados lo borrasen. Sergio Ramos, escribiendo su Leyenda, también recuperó el rol del Real en la literatura del juego. El Madrid volvió a ser carne de fábula y, para sus rivales, ese malo despótico que en Hollywood no compraron porque reventaba todas las historias. Lo que le pasó al Atlético de Madrid jamás encontrará consuelo. Pero con Simeone sí encontrará respuesta.
Solo ahogarse de dicha puede frenar un proyecto con potencial para no quedarse en una Champions.
La prórroga fue el rosario colchonero y Rosario para Di María. La inercia merengue era la misma, no tenía a Cristiano, había quitado a Benzema y Bale no daba una, pero sus tres duendes, Modric, Isco y Marcelo, creaban y creaban como Diego Maradona cuando jugaba con compañeros limitados: recibían, conducían, encaraban, esperaban, fijaban la posición de la defensa sobre ellos y limpiaban el balón hacia Di María, que estaba abierto en la izquierda contra un Juanfran sin gemelos. Fue un fallo grave de Simeone este último menester. Un entrenador más presto hubiese subido al lateral al extremo y hubiese sellado la banda con Gabi, Sosa o cualquier hombre capaz de tirarse de cabeza y agarrar al Ángel por los tobillos aunque fuese. Qué difícil es hablar de Di María, también sea dicho. Estropeó la continuidad de su equipo incluso en varios de sus mejores compases, abusó del centro lateral hasta cuando estaba clarísimo que Marcelo y Modric por dentro eran la victoria; pero como casi siempre, encontró su momento. Su eslalon de serpiente fue el síntoma de una superioridad que no por cruel contra el Atlético puede ignorarse esta mañana. El Madrid ha ganado la Copa soñada porque es el mejor equipo del presente, porque como club resucitó y porque un dios, Sergio Ramos, estaba absolutamente obsesionado con liderar este capítulo. Ha sido una Champions League formidable, completísima, de las de antes. Pero se viene una aún mejor. Simeone, Klopp, Conte y Messi están heridos. Guardiola, Mourinho, Pellegrini y Blanc habrán calado. Y el Real Madrid de Ancelotti, si en la felicidad de La Décima no se ahoga, ofrecerá lo mejor de sí. El fútbol camina. Próxima parada: Brasil.
@francisjsm 25 mayo, 2014
Estupendo artículo, como siempre. Carvajal se marco in partido ayer descomunal, subiendo y recuperando como un superheroe, creo que hoy por hoy debe ir a Brasil.
¿Que razón tenía Carlo para no apostar por Illarra? Sami sale de una lesión y había jugado 90 minutos en dos partidos y además juega en un lugar que no es el suyo.
¿Ramos? Empezó regular tirando a mal la temporada pero poco a poco ha crecido hasta estar sublime en todos los aspectos, físico, psíquico y táctico