«Cada pueblo tiene su catástrofe nacional, algo así como su Hiroshima. Nuestra catástrofe nacional, nuestro Hiroshima fue la derrota frente a Uruguay en 1950″. La frase del autor brasileño Nelson Rodrigues resumen perfectamente el sentimiento que invadió al pueblo brasileño tras el Mundial de 1950. Aquel Waterloo provocado por los goles de Schiaffino y Ghiggia, por el «los de afuera son de palo» de Obdulio Varela y por la tarde más negra de Bigode, Juvenal y Barbosa, borró de un plumazo todos los avances del fútbol brasileño en más de 50 años. Mientras los celestes levantan casi a escondidas la Copa Jules Rimet, Ary Barroso, el locutor más famoso del país se retiraba –aunque no fue definitivo-, el seleccionador Flávio Costa se disfrazaba de mujer para salir vivo de Maracaná, muchos brasileños se suicidaban y millones de periódicos impresos con «Brasil campeao mundial» se iban a enormes pilas para quemar. La samba «Brasil vitoriosa» nunca se tocaría y, en Tres Coraçoes, un niño de nueve años prometía a su desolado padre que él ganaría la Copa del Mundo para Brasil. ¿Quién sabe cuántas veces se hizo esa promesa a lo largo del país tras la tragedia?
Esa victoria en el Mundial quedaba más lejos que nunca en el verano de 1950. Brasil se había ido afianzando poco a poco como uno de las selecciones más fuertes del mundo antes de la guerra. Especialmente en el campeonato disputado en Francia se presentó como uno de las favoritas. De la mano del genio Leónidas llegaron a unas semifinales donde se medían a los campeones, Italia. En un ejercicio de soberbia pocas veces igualado, Brasil hizo descansar a muchos de sus mejores jugadores, entre ellos el propio Diamante Negro, y los envió a París desde Marsella para que estuviesen descansados para la eventual final. Partido que nunca jugarían ya que los hombres de Vitorio Pozzo les vencieron y acabaron con su trayectoria mundialista.
Tras doce años, y no habiendo sufrido las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, Brasil fue el único país que presentó candidatura para el certamen de 1950. Construyó un estadio faraónico en Rio de Janeiro, para unos doscientos mil espectadores, y reunió a un fantástico equipo que aglutinaba a losBrasil llegaba a su cita como máximo favorito mejores jugadores de Brasil. Algo no tan habitual hasta entonces, por las continuas disputas entre Río y Sao Paulo. La selección brasileña, que por entonces vestía de blanco principalmente, venía de ganar la Copa América de 1949, y contaba con el longilíneo atacante de Vasco da Gama Ademir como estilete. Por detrás de él, Jair y, sobre todo, Zizinho eran los creadores de juego. Friaça por la derecha y Chico por la izquierda eran dos diablos en las bandas. Carlos Bauer imponía su jerarquía en el medio junto a Danilo Alvim y, aunque la defensa flojeaba, contaba con jugadores fiables como el capitán Augusto, Bigode y Juvenal, además de un portero ágil y elástico, como era Moacyr Barbosa. Amparada en los goles de Ademir, la magia de Mestre Ziza, las diabluras de Chico y el impresionante ambiente de Maracaná, Brasil llegó al último partido de la liguilla final necesitando sólo un empate para ganar el Mundial. Lo que siguió fue una de las tardes más dantescas de la historia del fútbol, la tarde del silencio atronador, como lo definiría el propio Rimet, la tarde en que, cuando más necesitaba la selección su aliento, Maracaná se quedó mudo.
Brasil quiso hacer borrón y cuenta nueva tras el doloroso Maracanazo de 1950 frente a Uruguay
Como dijimos anteriormente, la derrota contra Uruguay sumió al país en una depresión y eliminó de un plumazo todo lo logrado por el equipo nacional. Incluso se le cambió el uniforme a la selección, pasando del blanco y azul a uno que representase los colores de la bandera.Después del «desastre» nació la canarinha Nacía la mundialmente famosa canarinha. Incluso los miembros del equipo de 1950 fueron sustituídos con la mayor celeridad posible. Augusto, Juvenal y Bigode, tres de los más señalados nunca más jugaron con Brasil, al igual que Chico. Jair desapareció de la misma hasta 1956. Friaça y Ademir aguantaron hasta 1952, Danilo y Barbosa hasta 1953. Bauer fue uno de los supervivientes para la siguiente Copa del Mundo. Básicamente, la losa de esa derrota nunca les abandonaría, siendo el caso de Barbosa uno de los más trágicos, constantemente señalado y repudiado –se le prohibió visitar a la selección de USA 94 porque le consideraban gafe-, e incluso llegó a quemar los palos de la portería de Maracaná en su casa. Zizinho fue un caso especial, era un maestro, una figura reverenciada, y siguió apareciendo en la selección de manera irregular. Además, protagonizaría un increíble retorno a la élite, avanzada la década, con el Sao Paulo de Bela Guttmann.
El caso es que el fútbol brasileño debía renacer de sus cenizas. La primera señal de recuperación fue el segundo puesto en la Copa América de 1953, donde Ademir y Zizinho todavía eran figuras importantes. Claro que para ser segundo hay que perder, en este caso un desempate ante Paraguay, así que el mito de que Brasil era incapaz de ganar se mantuvo un poco más. Es curioso como los dos países que más Mundiales han ganado soportaron durante gran parte de su historia la etiqueta de no saber ganar. Italia lo sufrió tras la guerra y hasta que consiguieron el título europeo en 1968.
Para el Mundial celebrado en Suiza en 1954 la renovación de la selección ya era total. Entre los 22 hombres que viajaron a Europa, sólo cinco habían estado en 1950 –Baltazar, Nilton Santos, Castilho, Ely y Bauer-, y sólo el capitán Bauer había estado en el césped ante Uruguay. Había nuevas figuras, como el lateral Djalma Santos, fuerte y siempre dispuesto a proyectarse al ataque, el mariscal del mediocampo Didí, un jugador lento, pero de absoluto dominio del juego, y el fantástico extremo derecho Julinho Botelho, que haría fortuna en Europa con la Fiorentina y el motivo por el que Garrincha tardó tanto en despuntar con la selección. El equipo de Zezé Moreyra –hermano de Aymoré, que ganará para Brasil el segundo Mundial-, como vemos, contaba con destacados jugadores, pero todavía no era un conjunto capaz de ganar el Mundial. Brasil aplastó a Mexico en la primera fase y logró un empate ante una gran Yugoslavia. Pasó primera de grupo con un Didí espectacular, pero los cuartos de final deparaban un impresionante enfrentamiento en Berna contra los grandes favoritos, la Hungría de los Magiares Mágicos.
El partido, que posteriormente sería recordado como la Batalla de Berna, hizo honor a su apodo. Competido y violento. Hungría, aún sin Puskas, se puso 2-0 antes de los diez minutos, en su típico arranque en tromba. Brasil respondió a los goles de Kocsis e Hidegkuti gracias a un penalti transformado por Djalma Santos. Tras el descanso, Gyula Lorant, que ya estaba sufriendo en defensa ante Julinho, transformó un penalti colocando el 3-1, lo cual llevó aLa derrota ante los húngaros junto a la influencia de Guttman tuvieron consecuencias una invasión de campo por parte de los periodistas y miembros del staff brasileño que tuvo que ser desalojada por la policía. Este fue el momento en el que el partido empezó a degenerar en una sucesión de faltas violentas y marrullerías varias. En medio del caos, un gol de Julinho ponía el 3-2. El brasileño estaba martirizando a Lorant, algo que ni Stanley Matthews, ni Bernard Vukas, ni Alfred Schaefer habían conseguido hasta la fecha. Tras este gol, Boszik recibió una criminal falta de un Nilton Santos fuera de sí. Ambos se enzarzaron a golpes y fueron expulsados. Boszik jugaría las semis igualmente, porque, sorprendentemente, argumentó que siendo miembro del Parlamento Húngaro tenía inmunidad diplomática y la FIFA no podía castigarle. La FIFA se lavó las manos en todo este asunto y no sancionó a nadie. Poco después, Kocsis marcó el cuarto y definitivo gol húngaro. Los últimos momentos fueron, básicamente, una batalla campal en la que, casualmente, a veces había un balón de por medio. El atacante Humberto Tozzi también fue expulsado por una patada al omnipresente Lorant y el partido terminó con un enfrentamiento a botellazos en los vestuarios. Curiosamente fue Puskas, cojo, el que lanzó el primer proyectil. La aventura mundial del nuevo Brasil terminaba con otra vergonzosa imagen.
Los cuatro años que pasaron desde la Batalla de Berna hasta la siguiente cita mundialista supusieron, ahora sí, un significativo cambio en el fútbol brasileño. A pesar del lamentable espectáculo vivido ante los húngaros, Brasil sacó en limpio que su 3-2-5 necesitaba una revisión y ellos mismos habían comprobado, al igual que el resto del mundo, que el 4-2-4 funcional de los húngaros podía ser la solución. Los magiares combinaban de manera excepcional las bajadas de Zakarias desde el medio a la defensa y de Hidegkuti en la posición de falso 9 –de hecho era más bien un centrocampista ofensivo-, para contar con superioridad en todas las zonas del campo y destrozar los sistemas rivales. Con Zakarias incrustándose en la línea defensiva, esta pasaba a tener 4 hombres y esto se traducía en menos espacio para los extremos rivales, que pasaban a ser casi inefectivos –salvo actuación excepcional como la de Julinho en Berna-. Además, Hidegkuti operaba en la zona de mediapuntas, arrastrando a sus marcadores u moviéndose libremente porque estos no se atrevían a salir de su posición. Fuese cual fuese la decisión tomada por los rivales, el resultado era terrible, ya que Hidegkuti llegaba desde atrás, te castigaba con su fantástico disparo de media distancia y filtraba pases para los interiores Puskas y Kocsis –que eran realmente los delanteros del equipo- que entraban en superioridad ante la línea defensiva, especialmente cuando los extremos Budai y Czibor fijaban a sus pares.
La influencia húngara en Brasil durante estos años tuvo el nombre de Bela Guttmann, que hizo del Sao Paulo uno de los mejores equipos del país, y recuperó a Zizinho, que ya tenía 36 años, como el cerebro de su formación. Esto le valió al Mestre Ziza una vuelta a la selección nacional, donde destacó en la Copa América de 1957, combinando excelentemente con Didí. Las ascensión del Santos, gracias a una gran generación de jugadores, entre los que estaba un jovencísimo Pelé, aportó también mucho a este período del fútbol canarinho. Brasil fue de nuevo segunda en esa Copa América, por detrás de la Argentina de los Carasucias, pero presentaba otra vez credenciales para el Mundial que se celebraría en Suecia.
El viaje hacia la Copa del Mundo de Suecia supuso para la selección brasileña una revolución táctica
El camino hacia el Mundial empezaba por las clasificatorias. Brasil fue encuadrada en un grupo con Perú y Venezuela, con sólo una plaza para el Mundial en juego. Con la retirada de los venezolanos, la cosa se quedó en una liguilla de dos partidos contra los peruanos. La idaLa preparación para afrontar el Mundial de Suecia fue muy estricta en Lima terminó con un 1-1, gracias a un gol de Índio, delantero del Flamengo. Faltaba el partido de Maracaná y Osvaldo Brandao, seleccionador brasileño, sacó al mismo equipo que en Lima. El partido fue cerradísimo pero se resolvió de manera legendaria. Didí, la indiscutible figura de Brasil, marcó el gol de la victoria gracias a una falta directa en la que se presentó al mundo su famosa folha seca. Brasil viajaba a Suecia, pero todavía quedaba muchísimo trabajo por hacer. Brandao fue sustituído por Vicente Feola, que había trabajado con Guttmann en el Sao Paulo. Feola, fuertemente influenciado por el húngaro, trabajó en pos de adaptar a la selección a un sistema similar al utilizado en su club, uno más parecido a aquel que los Mágicos Magiares habían usado en el Mundial de 1954. Feola sabía que, tras ser incluído en un grupo con la URSS, Austria e Inglaterra, Brasil debería llegar perfectamente preparada a la cita. Todo se preparó al milímetro, desde el lugar de concentración hasta la alimentación, los vuelos, etc. Brasil implantó el modelo que hoy siguen la gran mayoría de selecciones del mundo ante un campeonato de estas características.
Los rivales eran formidables. Los soviéticos participaban por primera vez en un Mundial, tras romper su aislamiento con el torneo. Eran los campeones olímpicos de 1956 y contaban con un excepcional conjunto en el que destacaban el guardameta Lev Yashin, el cerebro del centro del campo Igor Netto y un fabuloso atacante joven, Eduard Strelsov, quien sería apodado el Pelé ruso. Rápido, técnico y muy goleador, el del Torpedo de Moscú estaba llamado a ser una de las mayores figuras del Mundial sueco. Austria, por su parte, venía de quedar tercera en el Mundial de Suiza y contaba con un grupo de veteranos como Alfred Körner –uno de los máximos goleadores de aquella Copa del Mundo-, Karl Koller, uno de los mejores centrocampistas del mundo y los legendarios Ernst Happel y Gerhard Hannappi, dos jugadores de categoría mundial en multitud de puestos. Dos monstruos en peligro de extinción. Por su parte, Inglaterra contaba con una nueva generación liderada por los Busby Babes del Manchester United, los veteranos Billy Wright y Tom Finney, y el brillante genio del Fulham Johnny Haynes.
Así pues, Feola dejó fuera a Zizinho, Julinho y Canhoteiro –letal extremo zurdo del Sao Paulo, el Garrincha de la banda izquierda- entre otros y comenzó a trabajar con un 4-2-4 nominal, al estilo del que utilizaba en el Sao Paulo. Evidentemente, no muchos jugadores podían asumir los roles de ZakariasBrasil no tendría ni a Zakarias ni a Hidekguti e Hidegkuti –los que realmente hacían especial el sistema húngaro-, así que el brasileño optó por usar a Mario Zagallo, el extremo del Botafogo, conocido por su sacrificio y capacidad de trabajo en el campo, para que actuase como wing ventilador -como lo llamaban en Argentina-. Zagallo bajaba hasta el medio campo, pasando la formación a un 4-3-3 que daba superioridad en esa parte del terreno de juego. Además, los laterales Nilton de Sordi –le ganó el puesto a Djalma Santos- y Nilton Santos se proyectaban al ataque al más puro estilo de Lorant. Feola, además, incluyó por primera vez un psicólogo en la expedición que llevó a Suecia. Este personaje se convertiría en una celebridad, al argumentar que tanto Pelé como Garrincha eran demasiado infantiles como para aguantar la presión del torneo y que, por ello, debían ser dejados fuera del equipo. Feola no le hizo caso, pero ambos estuvieron en el banquillo durante los dos primeros partidos de la competición.
Contra Austria, Feola reforzó aún más el medio del campo. La inclusión de Dino Sani, un centrocampista que ejercía como regista y que haría carrera en el Milan, además de un De Sordi más defensivo que Djalma Santos, las bajadas de Zagallo, la presencia de Didí y el rol de Dida como enganche. La jugada le salió perfecta y Brasil ganó holgadamente gracias a un gol de Nilton Santos y un doblete de Mazzola, a quien todos conoceríamos posteriormente por sus hazañas en Europa bajo el nombre de Altafini. El segundo partido del torneo mediría a Brasil contra Inglaterra. El enemigo formidable que pintaba un año antes había quedado reducido a cenizas, al igual que el avión que transportaba al United en el aeropuerto de Munich. La tragedia de los Busby Babes mermó sensiblemente a la Three Lions, especialmente con las muertes del todoterreno Duncan Edwards y el gran goleador Tommy Taylor. Con Johnny Haynes como principal figura, apoyado por su compañero del Fulham Bobby Robson, Inglaterra puso las cosas muy difíciles a una selección brasileña que, repitiendo once, no estuvo tan brillante como contra Austria. El empate a cero hacía que Brasil se jugase el primer puesto contra la URSS en el último partido.
Los soviéticos habían pegado un baño a Inglaterra –a pesar del empate a dos- y derrotado a Austria. Estaban dando muy buena imagen en su primera participación en un Mundial, pero aún así se echaba de menos la presencia del que era su mayor atracción antes del campeonato. Eduard Streltsov,En Brasil se comenzó a pedir la titularidad de Garrincha y de Pelé un genio irreverente y que se salía de los estándares de la corrección para la Nomenklatura soviética, se había negado a abandonar el Torpedo para unirse al club del ejército –CSKA- o al de la policía secreta –Dinamo-. Poco después, en una fiesta, faltó al respeto a una miembro del Politburó. No pasó mucho tiempo hasta que fue acusado de violación. Cuando como medida para permitirle ir al Mundial le exigieron que reconociese su culpabilidad, Streltsov cayó en la trampa de las confesiones soviéticas. Fue enviado al gulag ocho años y su sueño mundialista se acababa. Su puesto en el equipo durante el campeonato lo ocupaba una bola de demolición armenia, el legendario y veterano Nikita Simonyan, más ortodoxo, más adepto y más querido por el Partido, indudable categoría futbolística aparte. Brasil, mientras, vivía una pequeña revuelta interna. Los jugadores más veteranos exigieron a Feola la presencia de Garrincha y Pelé en el equipo. Ellos sabían que ambos serían clave para romper a los físicamente poderosos y organizados soviéticos. Garrincha era conocido un driblador imparable, mientras el jovencísimo Pelé, con 17 años, ya había debutado un año antes con la selección y era una figura indiscutible de un gran equipo del Santos. Además de ellos, también entró en el equipo Vavá, sustituyendo a Mazzola en la punta del ataque.
Lo que se vio en Goteborg esa tarde fue una aparición milagrosa. El inicio del partido es recordado como “los tres minutos más grandes de la historia del fútbol”. La consigna era darle el balón a Garrincha tanto como se pudiese. Y este haría el resto. El genio de Pau Grande no decepcionó. Destrozó a su par, a las ayudas que recibía, llegó a línea de fondo y envió un cañonazo sin ángulo al poste que dejó a Yashin temblando y sirvió el primer gol a Vavá. En esos tres minutos Brasil demostró que lo suyo era otro fútbol. El resto del partido fue un dominio absoluto de Garrincha, de Pelé –que no marcó pero dejó una impresión imborrable-, de Didí en el medio campo y de Vavá, autor de un doblete. Brasil pasaba a cuartos de final sin perder y sin encajar ningún gol. La URSS eliminaría a Inglaterra en el desempate.
La fase final del Mundial de Suecia iba a suponer un cambio de era en todo el fútbol mundial
Gales fue un rival mucho más rocoso de lo esperado en cuartos de final. Definitivamente los equipos británicos se les atragantaban a los brasileños. Los galeses se atrincheraron en torno al magnífico guardameta del Arsenal, Jack Kelsey y al creativo interior Ivor Allchurch, uno de los jugadores más destacados del campeonato. Brasil recuperó a Mazzola en este partido, pero la actuación de Pelé lo ensombreció. El joven de 17 años se volvió a salir y marcó su primer gol –golazo- en un Mundial. Brasil ganaba unos cuartos de final con dos chavales de 19 y 17 años en punta, pero este partido dejó claro que ambos jóvenes no se entendían bien. La sentencia de muerte de Mazzola como internacional brasileño. Poco después viajaría a Italia para firmar por el Milan y adoptar la nacionalidad para jugar con la Azzurra.
Las semifinales del Mundial enfrentaron a Suecia y Alemania, por una parte y a Francia y Brasil por otra. En la primera los anfitriones suecos dieron buena cuenta de los actuales campeones, una Alemania envejecida de la que seguían tirando Helmut Rahn, Hans Schaefer y Fritz Walter -38 años- y en la que hacía su primera aparición mundialista un delantero de 21 años llamadoEl partido ante Francia sería un duelo Didí-Kopa hasta que apareció Pelé Uwe Seeler. Francia, por su parte, había llegado a estas instancias jugando un fútbol espectacular. Supervivientes de un grupo con los siempre potentes yugoslavos, los sorprendentes paraguayos y un flojo equipo escocés, también habían eliminado fácilmente a Irlanda del Norte en los cuartos de final. La selección gala estaba formada con la base de jugadores del poderoso Stade Reims de la época y su seleccionador Albert Batteux era también el entrenador de ese club. En Raymond Kopa tenía un excelente organizador de juego, seguramente el mejor de Europa, mientras que Robert Joncquet aportaba jerarquía en la fase defensiva y Roger Piantoni era un complemento perfecto para la creatividad de Kopa. En la banda, Jean Vincent era un diabólico extremo izquierdo, y se entendía a la perfección con el mayor activo atacante del equipo, un Just Fontaine que había comenzado el torneo como suplente, pero que a estas alturas llevaba ya ocho goles. El partido se jugó en el Rasunda Stadion de Estocolmo, y los espectadores suecos asistieron a una demostración de fútbol de más alto nivel. Brasil recuperó a Vavá y este respondó a la confianza rápido, adelantando a su selección a los dos minutos. Pero Fontaine no tardó en hacer aparición y a antes de los diez minutos ya había regateado a Gilmar y empatado el partido para Francia.
Tras este inicio fulgurante, el ritmo del partido bajó un poco, y se convirtió en un duelo de creadores entre Kopa y Didí, durante gran parte del primer período. Fue el brasileño quien rompió la igualdad con un cañonazo impresionante a la escuadra poco antes del descanso. En la media parte, a pesar de la ventaja brasileña, el resultado no estaba nada claro. Ambos equipos estaban muy parejos. Se necesitaba algo especial para decantar la balanza. Y en esas, con apenas cinco minutos jugados de la segunda parte, hizo aparición O Rei. Su explosión durante los 25 minutos siguientes es un momento de los que cambian la historia del fútbol. Edson Arantes do Nascimento dejó de existir y en su lugar se alzó Pelé. Tres goles sin respuesta: el primero tras aprovechar un error del guardameta Abbes, el segundo tras jugada de Garrincha, sombrerito mediante a Joncquet y remate con el exterior del pie derecho, y el tercero tras el enésimo destrozo de Mané, controlando su centro con el pecho y rematando de volea. 5-1 para Brasil. El tardío gol de Piantoni no ensombreció el gran día del fútbol brasileño. Francia quedaba fuera, pero aún le quedaban fuerzas para meterle seis goles a Alemania por el tercer puesto. Una Alemania a la que Suecia había remontado en Goteborg, para ganar por 3-1 y lograr una plaza en la final de su Mundial.
Así pues, el 28 de junio de 1958, Brasil se volvía a citar con la historia. Llegaba el momento de demostrar que los brasileños sí sabían ganar. Los suecos habían completado un torneo fantástico. George Raynor, su seleccionador británico, había vuelto a lograr que Suecia fuese competitiva. Ya habían ganado los Juegos Olímpicos del 48 con él gracias a laSuecia tenía en el trío Gre-No-Li a su gran aval célebre delantera Gre-No-Li, y también habían sido terceros en el Mundial 50 con un equipo totalmente renovado. El fútbol sueco sólo permitía ser internacionales a los jugadores amateurs y que jugasen en Suecia. Así pues, las figuras que se iban a ganar dinero –a Italia especialmente-, tenían que renunciar a la selección. Para este Mundial, Raynor consiguió que se pudiesen llamar a profesionales. Ya no estaba Nordahl y Gren y Liedholm tenían ya 37 y 35 años. Pero el gran central Bergmark y el portero Svensson seguían en el equipo, el centrocampista Bengt Gustavsson volvió desde Italia para ser clave durante el torneo. Además, jóvenes talentos que también estaban en la Serie A, como Hamrin, Selmosson y Skoglund, unidos al delantero centro Agne Simonsson formarán el grueso del equipo nacional. Quedaba por ver cómo aguantarían el centro del campo Liedholm y Gren, junto a Gustavsson y Parling. Feola, sorpresivamente, dio entrada a Djalma Santos en lugar de De Sordi. Con Nilton y Djalma, dos superdotados físicamente, buscaba contrarrestar a los centelleantes Hamrin y Skoglund.
El partido no comenzó bien para los intereses de Brasil, ya que Liedholm abrió el marcador a los cuatro minutos. Aunque Vavá empató pronto, a los nueve. Estos arranques fulgurantes son una característica del fútbol de los 50. Es el momento del cambio de tácticas, en el que cualquier ligero retoque puede destruir todo un planteamiento. Así pues, mientras los equipos se ajustan al esquema del rival, el marcador no suele salir intacto. Tras este inicio, bastante en la línea del partido contra Francia, el juego se igualó, ya con los equipos bien plantados ante la propuesta del contrario. Una vez más, el duelo Didí-Liedholm fue clave para el devenir del partido, y su dominio sobre el mismo propició el gol de Vavá a la media hora, llegando con ventaja Brasil al entretiempo.
La segunda parte fue, de nuevo, el show de Pelé, que marcó un golazo impresionante al hacer un sombrero sobre su defensor, recibir una durísima entrada con los tacos en el muslo, aguantarla y remachar con una volea inapelable. Fue el golpe que demostró la superioridad de la canarinha. El titulo mundial estaba muy cerca y más aún cuando Zagallo marcó el cuarto gol. Era un gran premio para el hombre que, cumpliendo a la perfección con su decisivo rol, había sido capital en el buen funcionamiento del equipo. A los 80 minutos, Simonsson dio algo de emoción al partido, pero Pelé, con un gol de cabeza en el último minuto, certificó la victoria por 5-2. Diez goles entre las semis y la final de un Mundial. Una demostración impresionante de que Brasil sí podía ganar. Una nueva era comenzaba en el fútbol mundial, la de Brasil y su Rey.
@Quisibo 31 diciembre, 2013
Pelé…. es posible que en el global Diego o Messi sean mejores, pero en cuanto a precocidad lo de Pelé creo que no tienen parangón en casi ningún deporte