Cada equipo se parece a su ciudad y cada selección a su país. O así debería ser. En un deporte sin tiempo para pensar y en el que el instinto juega un papel tan pesado, que el acto reflejo implique un acierto futbolístico es impagable; de ahí la gran ventaja que supone jugar a ser aquéllo que se es. La hipocresía es una pérdida de tiempo, por lo tanto de espacio y, por ende, de precisión. En resumen, de nivel.
Italia fue una de las primeras naciones en asumirlo. Desde la caída del Imperio Romano su territorio fue objeto de invasión para las potencias opresoras posteriores, pero cada ataque fue despejado por su gente a pesar de la inferioridad armamentística. Tal expediente inspiró a Gianni Brera, el periodista, para esgrimir que el espíritu de resistencia era el gran valor humano de sus compatriotas, y la visión táctica, su mayor talento. Haciendo gala de tales avales, el país acuñó al Inter de Helenio Herrera y a la Juventus de Trapattoni, dos de sus tres escuadras más ganadoras. Siguiendo esa estela, sus últimos Mundiales conquistados tuvieron por líderes a los defensas Gaetano Scirea y Fabio Cannavaro.
Andrea Pirlo ha provocado un cambio cultural en el fútbol italiano.
¿Y si Pirlo les ha confundido?Entonces llegó Pirlo, catalogado como centrocampista de dirección, lo cual no deja de ser debatible, aunque este matiz en el tema que hoy tratamos importe poco. 2005 fue el año de su explosión, y en la Copa del Mundo de 2006 le acompañaron como medios De Rossi, Gattuso, Perrotta, Barone y Camoranesi, con Ambrosini en la recámara. Seis currantes. Desde entonces, los tres jóvenes más ilusionantes de la medular italiana han sido Aquilani (que se quedó en poco), Montolivo y Verratti, tres artistas.
Es difícil definir si la causa principal fue la presión social, la necesidad futbolística o su gusto personal, pero el hecho es que Cesare Prandelli ha aprovechado el viaje para resetear la cultura balompédica de una Selección que no tenía problemas de personalidad. Digamos más, con la eterna batalla entre Menotti y Bilardo, el arraigo brasileño a un Jogo Bonito extinto y el mestizaje racial de la industria alemana, ¿quién tenía más claro quién era que la Azzurra en la entrada de este Siglo XXI? ¿Y si Pirlo ha sido a Italia lo que a Eva la manzana del jardín del Edén?
¿A qué valor podrían agarrarse Holanda, Portugal o Inglaterra?
Más allá del conflicto italiano, cuya resolución quizá sea desvelada en el cercano Mundial de Brasil, ¿a qué deberían jugar brigadas de poco éxito pero buenos jugadores como Inglaterra, Francia, Portugal, Rusia u Holanda? Si Brera renaciese reencarnado en periodista de alguna de estas naciones, ¿a qué valor social y a qué virtud competitiva propondría agarrarse para desplegar todo el potencial de su fútbol? El secreto está ahí. Antes de Luis Aragonés, España juntó a Cañizares, Hierro, Guardiola y Raúl y aquí no pasó nada. Y si se repasan todas las convocatorias potenciales que saldrán en junio no se encuentran tres columnas vertebrales semejantes. Conocerse, aceptarse y respetarse es la única manera de hacer funcionar a equipos que nunca entrenan juntos. Debe aprovecharse que todo el plantel creció en el mismo país y que ese mero hecho ya hace que de por sí tengan mucho en común.
Marcus 14 octubre, 2013
Fantástico. Corto y al pie. Hace mucho tiempo vengo girando y girando en torno a las ideas de identidad y fútbol y este artículo representa muchísimo al respecto. Me ha encantado.
Otras Ideas que surgen para mirar desde esta perspectiva: la debacle de mi River, el Madrid de Florentino, los clubes argentinos (casi todos de bsas), el Barcelona de los bajitos…
En definitiva, la construcción de cualquier equipo es la construcción de una identidad. Hay tantas sutilezas que la integran que lo táctico casi puede parece una anécdota. Desmenuzar tal complejidad eso es una labor de maestros.
Te has pasado Abel, mis felicitaciones.