
Uno de los episodios más prodigiosos y controvertibles de la historia del fútbol inglés se vivió en mayo de 1938. Inglaterra visitaba Alemania mientras media Europa afilaba la guadaña de la Segunda Guerra Mundial. Ambas selecciones, en medio de un clima de falsa fraternidad, habían concertado un amistoso en el Olímpico de Berlín. Era la Alemania de entreguerras liderada por Fritz Szepan (Schalke 04) y entrenada por Seep Herberger, pero sobre todo era la Alemania del nazismo efervescente. Aunque ya se había producido el Anschluss, Inglaterra exigió que aún no jugaran los futbolistas austriacos ese partido que le servía a la selección teutona para preparar la Copa del Mundo de ese año en Francia. El partido, realmente, nos importa poco. Los gobernantes alemanes lo emplearon, en los días previos, como un ejercicio más de su maquinaria de propaganda. La plana mayor nazi, con Goering, Goebbels, Hess y von Ribbentrop presidió el partido, mientras que Hitler no llegó a tiempo de un encuentro con Mussolini. Y entonces pasó lo gordo: las dos selecciones saltaron al césped, formaron frente al palco y, como era norma, extendieron el brazo recto y afilado para el saludo nazi. Los alemanes y los ingleses. Cuando las fotografías de aquello llegaron al Reino Unido, generaron un revuelo bestial, casi tan bestial como el que se había organizado minutos antes de ese saludo en el vestuario inglés. El embajador británico en Alemania, Neville Henderson, y el federativo Stanley Rous –luego líder de la FIFA- habían forzado, ante las presiones de los dirigentes alemanes, a los futbolistas a saludar con el brazo estirado hacia los jerarcas nazis. Muchos se negaron y se rozó el conflicto diplomático en el mismo estadio. Pero, al final, la selección inglesa acató la orden. Saludaron todos los que salieron al campo. Pero hubo un futbolista que se quedó en el vestuario, negándose tenazmente. Aquella actitud no le costó el orgullo, pero sí varios partidos fuera de la selección. Ese futbolista era Stan Cullis.
Stan Cullis no sucumbió a las presiones y no realizó el saludo nazi, pagando un precio por ello
Cullis era el mediocentro del Wolverhampton Wanderers y de esa selección inglesa. Era uno de los mejores futbolistas del país y su negativa a saludar a los nazis y, por lo tanto, a jugar aquel partido de Berlín, a poca gente le resultó extraña. Su carácter era único: fiel a sus ideas, inflexible, pertinaz… Muy inteligente, hablaba varios idiomas, incluso el esperanto. El tiempo convertiría a Cullis en uno de las figuras más influyentes de la historia del fútbol inglés,Como técnico, Cullis fue también mito de Wolves en un tótem de su pragmática identidad. Pero también el alma y corazón del Wolverhampton, los Wolves, y de su época gloriosa, un esplendor que resultaría determinante para el desarrollo del fútbol europeo. Cullis había nacido en Ellesmere Port en 1916. Siendo adolescente, su padre lo llevó a probar con el Bolton, sin éxito. Mejor fortuna tuvo con los Lobos. Permaneció allí 13 años, aprendiendo del Major Franck Buckley, un ex combatiente de la batalla del Somme durante la Gran Guerra y el entrenador que rigió el equipo desde 1927 a 1944. De él, lo aprendió casi todo. La disciplina en el vestuario, el uso de la psicología, las claves de la cultura de club y de la fidelidad, las primeras notas del fútbol reduccionista, simple y enérgico y de un modelo de gestión económica integrado… Todo imbuido, como no podía ser de otro modo con un Major a los mandos, de un recio espíritu militar. Los Lobos eran hasta entonces uno de los clásicos del fútbol británico. Había sido uno de los 12 fundadores en 1888 de la liga inglesa y fue el primer equipo en chutar un penalti en la historia del fútbol. Con Buckley, rozó un par de ligas y dio guarida al joven Cullis. A su retirada, Cullis quedó muy determinado por esa experiencia como futbolista de Buckley y siguió ese linaje. Dirigiría la época más gloriosa de los Lobos desde 1948 a 1964, ganando tres ligas y quedando entre los tres primeros en nueve de las doce temporadas que abarcaron desde 1949 a 1960. Sin embargo, no fueron los éxitos lo que le dio alcance a Cullis en el fútbol inglés, sino el tipo de juego que evolucionó y que convirtió en dogma del país más importante del fútbol, la nación fundadora.
Habían pasado los años de alternancia y dominio entre el Arsenal de Herbert Chapman y el Everton durante los 30. En esa Inglaterra de salto de década entre los 40 y los 50, había arraigado ya la cultura del ‘winger oriented style’ y la WM de Chapman, con un tercer central, rígido como una estaca, y el viejo mantra de “buscar el camino más corto a la portería rival”. Todos los equipos y la selección inglesa jugaban con extremos veloces y resistentes, interiores atléticos y sin relieves, y un delantero con ambiciones de grúa. A Inglaterra le iba bien así: había ganado en 1948 en Turín a la imponente Italia de Pozzo, Valentino Mazzola y Ezio Loik y mantenía intacta su eficacia como local ante el asalto de las selecciones continentales. El naufragio en la Copa del Mundo de 1950 –la primera en la que participó- y aquellas derrotas contra Estados Unidos y España en el torneo avivaron las primeras sospechas sobre el modelo inglés. El cataclismo no tardó en llegar. Hungría arrasó Wembley (3-6) en 1953 con su estilo luminoso, rebelde, rompedor y sugerente, y se abrió una profunda crisis de pensamiento en el Reino Unido. A Inglaterra le habían reventado la WM, su juego riguroso, físico, austero, impersonal, individual y reservón, también la vieja doctrina y la arrogancia de sus años de victorias locales, aislacionismo, estatismo federativo, y resistencia a los vientos renovadores que soplaban del fútbol continental, avivados por la corriente danubiana.
El modelo de juego imperante en el fútbol inglés se estaba viniendo abajo por los malos resultados
En aquellos años, Inglaterra carecía de un equipo dominante. Destacaban el Porstmouth de Bob Jackson, el Blackpool de Matthews y Mortensen, el naciente Manchester United de Matt Busby con Edwards, Viollet y Charlton y el Wolverhampton de Stan Cullis. Hasta que a finales de los 50 los Busby Babes se salieron un poco de la línea y se inclinaron por un aperturismo en el estilo, estos equipo representaban el academicismo y los dogmas británicos. La influencia húngara permitió tímidos ensayos de un juego más digerido, fluido, dinámico, con pase raso y corto, más posesión: el Manchester City del Plan Revie y el Tottenham de Artur Rowe y su refrescante ‘push and run’, un modelo de fluidas transiciones basado en paredes y triangulaciones que se proclamó campeón de liga de 1951 directamente tras ascender de la Second Division. Ambos equipos, junto al Manchester United post Munich 58, rompieron con los fundamentos británicos. Pero el aparato, el establishment del fútbol inglés, no avaló esos intentos contraculturales y, apenas un par de años después de lo de Wembley, se apagaron.
El pilar maestro de esas rígidas estructuras del fútbol inglés, cómo si se hubiera firmado un pacto, fue el estilo que Stan Cullis había comenzado a desarrollar en esa década de los 50. Su Wolverhampton fue fundamental para la consolidación de la pragmática identidad que durante más de 50 años exhibió el fútbol británico. Muchas convenciones tácticas, poca innovación, un severo retraso técnico, y varias cuestiones tan enfatizadas que casi permiten hablar de un fundamentalismo inglés: juego directo, fortaleza atlética, balones largos, velocidad en los extremos, dominio físico… los ingredientes del viejo estilo británico, el “kick and rush”. Cullis fue un revolucionario al mejorar la preparación física en los entrenamientos. Le ayudó en ello servir en la Segunda Guerra Mundial como instructor físico de las Fuerzas Armadas Británicas.
La personalidad férrea, miliciana y ambiciosa de Cullis convirtió ese tipo de fútbol en una bandera de una época y su equipo se convirtió en el mayor exponente del pragmatismo inglés. En las 16 temporadas bajo su mando, los Wolves ganaron tres Ligas y dos FA Cup. Fue un tiempo fundamental en la historia de Inglaterra. Comenzaban a forjarse las viejas y grandes dinastías en multitud de clubes británicos, momento en el que entre los entrenadores y la institución apenas existía una línea de separación. Los managers eran el club. Esa personificación total incluyó a Matt Busby (Manchester United), Don Revie (Leeds), Bill Shankly (Liverpool), Bill Nicholson (Spurs), Jock Stein (Celtic) y Stan Cullis (Wolves).
Los dieciséis años al mando de los Wolves fueron la mejor de la historia del club, con 3 ligas y 2 Copas
El Wolverhampton ganó las ligas de 1954, 1958 y 1959, más las FA Cup de 1949 y 1960 y fue el mejor club inglés de la década, en una inolvidable rivalidad con el Manchester United estrellado en Múnich en 1958. Era una roca de equipo, cimentado por sus internacionales, el portero Bert Williams; el medio derecho, duro, un avance de Nobby Stiles, Eddie Clamp; el interior o medio ala (en la inalterable WM), Bill Slater, otro vocacional perro de presa; el ídolo de infancia de George Best y Alex Ferguson, el interior creativo Peter Broadbent; el poderoso Dennis Wilshaw, otro interior, más directo y de fuerte disparo; los dos extremos, las dos piezas de mayor talento ofensivo de los Lobos, Johny Hankock y Jimmy Mullen; y la joya de la corona, el mejor especialista defensivo –era central o mediocentro- que había entonces en el planeta: Billy Wright, casi 500 partidos con los Lobos, el primer internacional centenario de la historia, y capitán de Inglaterra en los mundiales de 1950, 1954 y 1958.
El Wolverhampton expresó perfectamente los ideales aprendidos y madurados por Stan Cullis: severa disciplina táctica, la fuerza física, el pase largo y llegar rápido al área rival para aplicar el principio de porcentaje de gol. Aquí surge el personaje en el que más se apoyó Cullis para afianzar su metodología: Charles Reep, un comandante de la Royal Air Force Charles Reep, el primer estadístico del fútbolque ha pasado a la historia como el primer analista y estadístico del fútbol. Reep fue el bastión del juego directo. Sus teorías y estudios siempre se enfocaron hacia desprestigiar el juego de pase corto y posesión de la escuela húngara. En realidad, no fue más que un extremista de un concepto de juego basado en el pase largo. Su principio fundamental residía en alcanzar la portería rival cuanto antes y esa idea la convirtió en una teoría científica después de explorar entre 1953 y 1967 un total de 578 partidos: cómo se pasaba en ellos, en qué dirección, cuántas veces, desde qué sectores, cuántas jugadas había por partido, cómo se finalizaban… Reep, que había sido un admirador de los postulados de Herbert Chapman, defendía que la mayoría de los goles se producían en jugadas con tres o menos pases. Por eso, era importante empujar el balón hacia adelante con rapidez. Anunció que un tercio de los goles se marcaban después de recuperar en el campo rival y que el resto se fabricaban desde más de 35 yardas de distancia. Y que sólo 2 de cada 9 tantos estudiados procedían de jugadas con cuatro o más pases. Su solución era clara: colgar balones al delantero o verticalizar rápido hacia los extremos para que estos centraran. Esta corriente iniciada por Reep llegó hasta los años 80, cuando se fundió con las teorías del director técnico de la FA, Charles Hughes, cuya defensa del juego directo expuso en su célebre tesis La Fórmula Ganadora, que tanto impactó en técnicos como Graham Taylor o Roy Hodgson.
Los ideales de Cullis eran la disciplina táctica, la fuerza física, balón largo y llegar mucho y rápido arriba
El contenido analítico de Reep lo aplicó Cullis en sus Wolves y acabó por determinar la esencia del fútbol británico para varias décadas, una naturaleza influenciada por dos hombres de clara formación militar. No faltaron los críticos. Jimmy Hogan, padre del movimiento danubiano y enfrentado con el centro de poder del fútbol inglés, se opuso y anticipó que, a largo plazo, esa identidad acabaría por estancar a Inglaterra hasta involucionarla, limitándola en los escenarios internacionales. El tiempo le ha dado la razón. Aunque era un defensor del estilo húngaro, advertía que lo relevante no es si el pase va corto o largo, sino que sea correcto.
Por entonces, se produjo un episodio fundamental. Molineux, el estadio de los Wolves, fue iluminado con luz artificial (1953). La instalación de esos focos tuvo consecuencias en todo el fútbol continental. Jugar partidos al final del día permitió al Wolverhampton organizar una tanda de amistosos nocturnos en miércoles y jueves contraLa victoria ante el mito húngaro, una epopeya varios de los mejores clubes de los años 50. Los Wolves lo ganaban todo en casa: Real Madrid, los campeones soviéticos de Spartak de Moscú, los campeones argentinos de Racing Club… Pero hubo una victoria diferente. Era diciembre de 1954 y apenas había pasado un año del 3-6 húngaro de Wembley y la posterior y humillante réplica de Budapest (7-1), y sólo unos meses de la derrota magiar en Berna en la final de la Copa del Mundo contra Alemania. El Honved visitaba Molineux. Lo componía el grueso de esos Magiares Mágicos. Era un equipo casi invencible, vibrante, con Budai, Czibor, Puskas, Lorant y Koscis. Cullis, alérgico a ese estilo, sabía bien cómo frenarlos. Se había pegado cuatro días lloviendo, pero el entrenador de los Lobos ordenó a tres aprendices del club, uno de ellos un jovencísimo de 15 años llamado Ron Atkinson (tiempo después técnico del Manchester United y el Atlético), que sacaran las bocas de riego al césped y lo remojaran más. El terreno se puso pesado, pero el Honved, más virtuoso y técnico, impuso su manual: se adelantó 0-2. Pero el césped se fue enfangando, impracticable. Comenzaron a volar pelotas… y así, con el “kick and rush”, los Wolves le dieron la vuelta: 3-2 y la BBC emitiendo. El monstruo húngaro había caído, por fin. Aquel triunfo de los Lobos se alzó a categoría de epopeya. El sensacionalismo inglés abrillantó su orgullo y reavivó el entusiasmo nacional, consumido por las despiadadas derrotas contra Hungría, y decretó al Wolverhampton “Campéon del Mundo». “El mejor equipo de Europa”, sentenció el columnista del Daily Mail, David Wynne-Morgan. ”Tuvieron el espíritu de Nelson”, apostilló el Daily Mirror.
La victoria ante el Honved de Puskas, Czibor, Kocsis y compañía, un triunfo legendario para los Wolves
La contestación llegó de la pluma del periodista francés Gabriel Hanot, editor de L’Equipe: “Antes de declarar que el Wolverhampton es invencible, deberían jugar en Budapest. Además, hay otros clubes de renombre internacional: AC Milan y Real Madrid, por citar solo dos. Un campeonato mundial de clubes, o por lo menos, europeo -más grande, más significativo y de mayor prestigio que la Copa Mitropa y más original que una competición de selecciones nacionales- debería ponerse en marcha”. Esta sentencia fue la semilla de la que nació unos meses después, en 1955, bajo el auspicio de la UEFA, la Copa de Europa.
En la edición de 1958-1959, debutaba en el torneo el Wolverhampton. Tras el desastre de Múnich y la tragedia del Manchester United, había quedado como tirano del fútbol británico, dominante y poderoso en las Islas. Sin embargo, en su primera eliminatoria continental, contra el Schalke 04, se despidió. Al año siguiente, sufrieron para eliminar a los alemanes orientales del ASK Vowarts, pasaron por encima del Estrella Roja… hasta que el Barcelona les dijo que aquello era Europa: 4-0 en el Camp Nou y 2-5 en Molineux, en una exhibición tras la que los futbolistas ingleses hicieron el pasillo a los de Helenio Herrera. Así se despidieron para siempre de la Copa de Europa el Wolverhampton y Stan Cullis, resignados a saborear su “kick and rush” dentro de las fronteras británicas. Jimmy Hogan se lo había avisado al Viejo Lobo. Europa no miraba al cielo, sino al césped. Y así se quedó Inglaterra, con su juego directo y el mismo orgullo de siempre, tan blindado y febril como el de aquel osado lobo que negó el saludo a los nazis.
@DavidLeonRon 18 octubre, 2013
Cómo me gustan las profecías que suelen lanzar los visionarios de cada época, que luego medio siglo después se mantienen casi inalterables. El estancamiento inglés es un ejemplo perfecto.
Qué bien conecta este artículo con el que escribió Vilariño hace unos meses. Os lo dejo, que también mola lo suyo: http://www.ecosdelbalon.com/2012/09/magiares-magi…
PD. Chema y Vil me pintan como CR y Messi, ahí compitiendo a ver quién saca mejores textos, jajajaxD^_^