Juventud, divino tesoro de los paraísos de las infancias perdidas o ya gastadas. Una pelota que rodaba casi sin parches negros cuesta abajo de nuestro corazón blanquísimo. Luego no costaba nada subir cuesta arriba, es más, no nos dimos cuenta del desnivel hasta que no nos prestaron ese patinete estrecho y traicionero. Los niños jugaban en la calle, los balones amenazaban pero no herían a las ventanas cerradas (tan reservadas, tan suyas), la carretera era el inicio del precipicio, el borde del arrecife lleno de tiburones con forma de escarabajos y matrículas con pocas letras y los mismos números de siempre. Aún no sabíamos pronunciar ni spectrum ni amstrad. La radio de una vecina ya nos empezaba a dejar claro lo de que la música comercial nunca sería nuestra banda sonora. Además Josemari tenía un disco donde unos tipos que se hacían llamar “ilegales” decían puta y otras cosas que no sabíamos que se podían decir en las canciones. Éramos sólo niños que corrían perseguidos por sus sueños. Niños que corrían persiguiendo a un balón.
Bojan no era de nuestro barrio, pero en todos los barrios había unos niños más pequeños que querían jugar y de los que siempre había uno especialmente bueno. Un Bojan cuando los niños que jugaban bien eran rubios, le gustaban a las niñas y se llamaban Chuster. No es difícilSu paso por el Calcio no ha sido demasiado esperanzador imaginarse a Bojan Krkic hace 14 años: un niño sonriente más bajito que los otros niños bajitos y al que no había corazón que le quitara el balón aunque le partieran las espinillas. Tal vez, eso no pasa en Italia, quizá entre tanta construcción gigante y antigua la diminuta sombra de Messi se tornó tan alargada como la agonía de un prisionero sin esperanza. Puede que Roma no pague a traidores a su propio estilo, ni que Milan fuera la pasarela que unía los sueños de la Plana de Urgel con el despertar de la realidad europea más horizontal. Los brotes verdes fueron puntuales, sus piernas acariciaban la hierba entre cuadrigas de defensores malencarados y unos cuádriceps que no aguantaron tanta poca constancia en sus apariciones. Eso sí, marcó 10 goles pero fallos puntuales como contra el Slovan de Bratislava y la mediática y, al fin y al cabo, decisiva llegada de Balotelli a Milán truncaron su trayectoria y su gesto desencantado.
En Amsterdam lo hemos visto reír como cuando a esos niños que decíamos al principio les dejábamos jugar con nosotros en el barrio porque nos faltaba uno. Ha recuperado la sonrisa y ese vivir en tránsito entre un dribbling y su resolución. El cambio de ritmo, el cambio de pierna, el construir una mansión en medio metro de césped pequeño. El hacer, el ser, el sentir, el tener. El estar preparado y en el lugar. En sus tres partidos oficiales ha recuperado su sonrisa, ha recobrado su edad, aunque el gol se le sigue manteniendo esquivo, puñetero y burlón. La pandilla de su nuevo barrio le han recibido cada uno a su manera. El niño genial y serio de Eriksen todavía no ha conseguido coger confianza con él, el alto y abusón de Sigthorsson ya le ha echado alguna bronca entre merecida y desproporcionada. El líder y oportuno De Jong y el aún más joven e imprevisible Fischer son los que mejores migas han hecho con el ilerdense y con los que más rápidamente ha conseguido establecer diálogos de balón y huecos creativos. Bojan sonríe, moreno y bajito, entre rubios y espigados que hablan su misma edad y han cumplido su mismo idioma. Bojan se comparte. Bojan, por fin, se comunica.
Francisco 14 agosto, 2013
Lastima que se haya perdido en Italia, era uno de mis jugadores fetiche ( más por su apellido que por goles) y siempre me pareció muy bueno ojalá y se recupere.