Juan Carlos Paz se detuvo frente al innombrable con las últimas gotas de la ducha aún serpenteando sobre su piel. El capitán permaneció inmóvil frente a su compañero y le atravesó con una mirada que le ratificaba como culpable. Al poco, todo el vestuario le observaba con idéntico veredicto. El innombrable se sabía descubierto. Acababan de perder. Una derrota más. Otra vez con él.
Tan sólo era un niño cuando tuvo constancia de su cruz. Aunque su entorno escolar, obnubilado por su habilidad con el balón, fue reacio a relacionarlo con el infortunio, resultaba inevitable que terminara prendiendo la sospecha: el innombrable jamás había ganado un partido. Sus compañeros de clase, sorprendidos por el sino de quien parecía agraciado con un don para jugar al fútbol, escudriñaron en sus recuerdos e hicieron cábalas. Finalmente, nadie pudo atestiguar haber ganado en su compañía.
Anticipándose al repudio, el muchacho declinó participar en más encuentros en el colegio. No obstante, renunciar a lo que más le apasionaba le resultó tan imposible como ahuyentar a la derrota. Su único deseo era jugar. Cada tarde, arrastrado por un impulso irrefrenable, tomaba el autobús y se apeaba en cualquier lugar donde todavía no llegaran noticias de su mal fario. No le costaba ser aceptado en las escaramuzas balompédicas que se libraban en plazas, parques y descampados. Al tomar contacto con el balón, los testigos caían rendidos víctimas del mismo encantamiento con el que el innombrable cautivaba a la pelota.
Integrarse en un grupo y ser admirado. Jugar y perder. Ser descubierto y buscar otro destino. En ocasiones algunos clubs de categoría superior se hacían con sus servicios incapaces de valorar, ni remotamente, la posibilidad de que aquél fenómeno fuese el culpable de la fatídica racha que asolaba a su equipo. Cuando daban cuenta de su error, o poco antes, al iniciarse el rumor previo a la constatación, el innombrable desaparecía en busca de un nuevo punto de partida.
-Debe abandonar la institución – le comunicó un entrenador al finalizar la sesión preparatoria -. A lo largo de mi carrera he entrenado a pocos futbolistas de su categoría. Pero no puedo revertir un imposible.- Agachó su rostro apesadumbrado -. Siento ser tan duro, pero a partir de hoy su nombre no volverá a ser pronunciado en esta casa.
Cambiar de identidad fue un recurso necesario para evitar la asociación establecida con su gafe. No bastaba con huir cada vez un poco más lejos. La clandestinidad era la única vía para seguir jugando. El nombre cargaba con la culpa y él lo desechaba, con el peso del infortunio, a cada nuevo destino.
El innombrable ya contaba con cuarenta y cuatro años cuando, a raíz de una conversación ajena, escuchada en la barra de un bar, supo de la existencia de un conjunto que había perdido todos los encuentros disputados en liga local. Se trataba de una formación constituida por una asociación de vecinos a modo de actividad lúdica para sus miembros. El grupo lo conformaba un elenco de lo más variopinto: desde adolescentes bulliciosos, pasando por padres de familia tratando de retomar el contacto con sus cuerpos, hasta jubilados en busca de una experiencia más vertiginosa que la caída de los naipes sobre el tapete.
Cuando antes de iniciarse la nueva temporada el innombrable hizo acto de presencia en la explanada donde algunos de ellos efectuaban un simulacro de entrenamiento semanal, ninguno de los congregados pudo dar crédito a lo presenciado. ¿Por qué alguien así se prestaba a participar de un despropósito como el que ellos conformaban? Ni tan siquiera en los mejores equipos de la competición doméstica contaban con un jugador con la calidad que demostraba, en cada acción, aquel misterioso candidato.
Cuando comenzó el campeonato y el equipo de la Asociación cosechó derrota tras derrota, un atisbo de desilusión se apoderó de un vestuario que antes de su flamante fichaje destacaba por su buen ánimo. Tras la disputa de la décima jornada y con el casillero de puntos aún a cero, el grupo le comunicó que deseaban hablar con él. Aunque era la misma escena tantas veces vivida a lo largo de su vida, el innombrable no pudo evitar una sensación de desamparo cuando el más veterano tomó la palabra para emitir el veredicto:
-Es evidente que no somos iguales… Eres un formidable jugador… Pero nos gustaría saber… – Se llevó la mano a la cara para ocultar su vergüenza -. ¿Cómo es ganar?
Un ceremonial silencio se sostuvo mientras el innombrable cogía aire para recuperarse del sobresalto.
-Ganar… – No pudo evitar sonreír -. Ganar es como vosotros.
···
·
HAZ CLICK AQUÍ PARA VER TODAS LAS COLECCIONES DE
– ORIGEN | ECOS –
···
makaay7 8 junio, 2013
La derrota humaniza eso está comprobado.