«Una espontánea algarabía era la señal inequívoca de la llegada de Sergio Rubio al vestuario del San José. Cada mañana, Rubio hacía su entrada con estruendo, entonando a grito pelado alguna coletilla graciosa, guaseándose de algún compañero o profiriendo alguna bravuconería para jolgorio de los allí presentes. El propio profesor Guzmán aceptaba impasible el histrionismo de su jugador, convencido de su influencia positiva en el ánimo de la plantilla.
La suerte de Rubio cambió en un aciago partido en mitad de temporada. A raíz de dos lances seguidos, perdiendo la pelota tras tratar de jugarla en ausencia de marca, los contrarios comenzaron a presionar al resto de la zaga ofreciéndole a él la salida del balón. Rubio no encontró más respuesta que rifarlo en largo. Jornada tras jornada, los contendientes reincidieron en la estrategia exponiendo al central del San José a la misma tesitura. El equipo tenía una vía de agua.
El profesor Guzmán no tardó en citarlo a una de sus charlas. Aquellos diálogos personalizados provocaban al jugador una incomodidad indisimulada. El profesor era un hombre extremadamente persuasivo, capaz de desnudarte interiormente a poco que perdieras la iniciativa de la conversación. Cada vez que enfrentaba a su entrenador, Rubio trataba de escabullir a su mirada, enfocando la suya hacia otro lado, ante el temor de quedar a merced de su discurso.
-Grita usted mucho. ¿No le parece?- planteó el profesor Guzmán.
-Sí, es de familia – Al jugador se le escapó una carcajada –. Los Rubio tenemos un buen vozarrón.
-Su vida privada no es de mi incumbencia – le atajó -. Lo que le cuestiono es por qué grita cuando patea el balón.
-No sé a qué se refiere. – Frunció el ceño.
-Usted grita con la pelota en los pies. ¿Qué se cree que hace cada vez que desplaza el balón en largo? Chuta lejos porque necesita mantener la distancia con los demás ¿Por qué nunca distribuye en corto?
-Es mi forma de jugar… – se zafó del acoso.
-¡No! es su forma relacionarse. A usted le cohíben las distancias cortas. Chuta lejos para que le escuchen desde lejos. Sus balonazos no son más que gritos.
Rubio parecía aturdido, pero cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. En plena turbación había alzado el rostro y sus ojos ya miraban fijamente a los de su entrenador.
-¿Pretende que a mis treinta años me ponga a tocarla?
-Tan solo deseo que deje de gritar.
Rendido a las palabras de su mentor, el defensor hizo propósito de enmienda, pero pese a sus esfuerzos iniciales por dirigirse con cautela a sus compañeros, Rubio terminó regresando a sus esencias, adoptando la misma impronta bulliciosa de siempre: Patadón y tentetieso.
Transcurridas dos jornadas, el profesor puso fin a la deriva, exigiendo un cambio por parte de todos:
-A partir de hoy a Rubio me lo susurran- ordenó a la plantilla -. ¿Han entendido? – bajó el tono progresivamente-. Me lo susurran.
Y así fue como los jugadores comenzaron a responder a Rubio en un tono, radicalmente, más bajo, en un diálogo en los que ellos parecían sufrir de sordera a tenor del contraste de voces con su escandaloso compañero que, poco a poco, día a día, casi sin darse cuenta, fue cediendo en su volumen hasta sonar, al cabo de dos meses, como el murmullo de un confesionario. Y en consonancia con los vaticinios del profesor, Rubio comenzó a jugarla. Cada vez más persistente. Cada vez más seguro y fluido. El San José la tocaba otra vez.
En el último tramo de campeonato, los equipos ya habían renunciado, por estéril, a la tendencia de liberar a Rubio. Y en el decisivo y último partido redoblaron la presión sobre él con mas énfasis que sobre ningún otro. Pero, lejos de amilanarse, Rubio la siguió jugando arriesgándola incluso en demasía. Cuando en el tramo del descuento, con el San José apunto de proclamarse campeón, el jugador fue asediado por tres rivales que le encimaron al borde del área el profesor Guzmán, desesperado, salió de su banquillo y voceó:
-¡Grite Rubio! ¡Grite!
Pero Rubio la sacó jugando. Con la confianza suficiente como para poder llegar a perderla. Como un susurro.
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Jose R. 26 junio, 2014
Amo las moralejas de estos cuentos, odio no haberlas encontrado antes.