«Conmigo en el equipo, Holanda hubiera ganado esa Copa del Mundo». Willi Lippens hablaba como una víctima, aunque con gracia, sin resignación o rencores, siempre con ese barniz de sarcasmo e ironías que definió su temperamento. En cierto modo, cuando Lippens dijo eso sobre la final de 1974 entre Alemania y Holanda tenía razones para afirmarlo, aunque quizá no tuviera la razón. Nadie como él en el fútbol resultó tan damnificado a causa del odio entre germanos y holandeses.
Willi Lippens era alemán, la estrella durante muchos años del Rot-Weiss Essen. Es el futbolista con más partidos y más goles de la historia del mítico club de Renania del Norte.Willi Lippens fue la estrella y símbolo del Rot-Weiss Essen Allí es una celebridad, mucho más que otra leyenda, Helmut Rahn, el delantero que marcó para Alemania el gol que firmó el Milagro de Berna en la final de la Copa del Mundo de 1954 ante la mágica Hungría de Puskas, Hidegkuti y compañía. Lippens había nacido a pocos kilómetros de Essen, en Bedburg-Hau, una villa fronteriza, justo en la línea que separa Alemania y Holanda. De madre germana y padre y abuelos neerlandeses, Lippens comenzó a jugar en el equipo de su pueblo antes de fichar por el Rot-Weiss por unos 4.000 marcos. Al principio, le costó jugar. Los técnicos no le daban mucha vida en el fútbol. Lippens corría, pero corría mal. Tenía los pies planos y por eso lo apodaron «Der Ente», «el Pato». Lippens tomó aquello con la naturaleza feliz que le acompañó siempre en una carrera que también tuvo una parada en Dortmund.
Encabezó los buenos años del Rot-Weiss en la Bundesliga de la segunda mitad de los años 60. Aunque era diestro, se consolidó como un extremo zurdo de enorme calidad. Corría feo, no era muy veloz, pero driblaba como un genio. Partía desde la izquierda y reventaba la pelota con la derecha, movimiento con el que acumuló goles y goles, en total 186 en 327 partidos entre 1965 y 1976.
En 1969, Lippens compartía parte del entusiasmo popular alemán con un tal Gerd Müller. Helmut Schön, el seleccionadorSchön quiso reclutarlo para Alemania, pero no pudo de la Nationalmannschaft, pensó en él y trató de convocarlo. Pero Lippens se negó. Su padre se lo pidió por favor. Le rogó que no diera ese paso. Él había sufrido la lanza nazi en los años de la Segunda Guerra Mundial, escondido durante un tiempo en los sótanos de su casa y apaleado brutalmente cuando el ejército intentó reclutarlo sin fortuna. «Nací con una educación anti-alemana. Mi padre les tenía odio. Me dijo que si jugaba con Alemania no volviera a casa», recuerda Lippens en un documental sobre su vida. A Schön no le quedó más remedio que cruzar los brazos: «Tiene todo lo que quiero de un futbolista, excepto el pasaporte correcto».
Lippens poseía la doble nacionalidad alemana y holandesa. Un año después de la frustrada convocatoria de Schön, el seleccionador holandés Frantisek Fadrhonc –antecesor de Míchels- anotó su nombre en un cuadernillo. Veía en Lippens un futbolista ideal para arrancar por la izquierda en el camino hacia la Copa del Mundo de 1974. Pero sobre todo vio en él un escudo de protección. Jugaría con Holanda, pero era alemán. Y el torneo sería en Alemania. Lippens representaba una posibilidad para generarse las simpatías locales y enfriar la repulsa hacia la selección holandesa. La tensión entre ambos países comenzaba su escalada. Eran los tiempos previos a que Van Hanegem rememorara la historia de sus hermanos y familiares muertos en el asalto nazi, a que Ruud Krol condenara entre los micrófonos el asesinato de su padre, miembro de la resistencia capturado por las SS, a que los periódicos holandeses entraran en combustión o a que los aficionados holandeses se lanzaran a rescatar la memoria de los caídos en la guerra.
Algo antes de todo aquello, Fadrhonc telefoneó a Lippens y éste aceptó. Sin embargo, «el Pato» no hablaba holandés y era un alemán. Y eso era un problema para la colección de egosSólo jugó con Holanda en una ocasión, no le aceptaron y soberbia del vestuario tulipán. Evidentemente, todo fueron zancadillas para Lippens. Debutó contra Luxemburgo, ganó ese partido 6-0 y marcó un gol, pero ya nunca más se vestiría la camiseta de Holanda. «Corría hacia arriba y hacia abajo, pero nadie me pasaba el balón», cuenta. Es verdad, nadie le miraba, casi nadie le hablaba. Era un alemán. Un pato alemán. Nada de holandés. Era uno de los descendientes de aquellos despiadados soldados que arrasaron las familias holandesas en la guerra. Así lo veía, por ejemplo, Van Hanegem, el futbolista que más odio vomitó contra los alemanes. En aquel grupo, la autogestión funcionaba como la seda: Cruyff, Keizer, Suurbier… personalidades de acero, orgullosas y libres. «Quien peor me trató fue Van Hanegem«, relata Lippens.
En el camino de vuelta en autobús tras el partido ante Luxemburgo, el conductor sintonizó una emisora alemana y una voz se escuchó al fondo: «¡Apague esa radio nazi!». La orden venía de Rinus Israël, el elegante central del Feyenoord campeón de Europa. Lippens se le volvió, le enfrentó e Israël embistió de nuevo: «Calla, tú eres alemán». Vetado por el grupo, Lippens ya no volvió a jugar ningún partido internacional, ni con Holanda ni con nadie.
Holanda alcanzó la final en la Copa del Mundo en 1974. Contra Alemania, su extremo izquierdo Rensenbrink apenas duró una parte después de la lesión sufrida en la semifinal ante Brasil. Le sustituyó René, uno de los gemelos Van de Kerkhof. No estaba Lippens… Quizá Lippens tuviera razón y a Holanda, con él de reemplazo, no se le hubiera escurrido aquel título. Quizá no se hubiera resignado solo a lo peor, a lo más doloroso, a ser la campeona moral. Quizá, sin esa derrota atravesada en el alma, el odio holandés y alemán no hubiera avanzado implacable hasta aquella semifinal de 1988 en la Eurocopa de Alemania. Con esto nos quedamos, con la vida fronteriza de Lippens, sus goles, sus carreras irregulares, su sentido del humor y su felicidad de patito feo.
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@SharkGutierrez 14 noviembre, 2012
Una historia bastante significativa porque el odio entre Alemanes y Neerlandeses todavía (en cierta manera) dura, pero no tanto como años pasados. Una vez alcanzada la modernidad, el propio Van Hanegem ha sido mucho más conciliador al respecto. Un Van Hanegem por cierto, que tuvo 3 años (92-95) donde ha conseguido sus éxitos como entrenador: 1 liga y dos copas con el Feyenoord con un József Kiprich en un nivel estratosférico en aquél año.
Siempre es de agradecer el contar estas historias, porque hacen que valores al fútbol como lo hizo el propio Shankly:
"Algunos creen que el fútbol es solo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso".