Estilo no se busca. Se encuentra. Como el amor, la derrota o la oportunidad. No hay una puerta y un notario y un timbre y un sello. No hay un “vuelva usted mañana”, ni espérese sentado que ahora mismo le llaman, ni un hilo musical con Richard Clayderman o Michael Bolton. No hay revistas de motor o del corazón sobre una mesa de antes que inventaran el IKEA. No hay una burocracia que especula, unos impresos a cumplimentar, unos compromisos que tramitar, un expediente que cubrir. El estilo nace del miedo que se muere. Como los brotes salvajes que crecen entre las semillas y las raíces. Como la determinación, la confianza en uno mismo, como el acto de fe y de progreso de confiar en los demás. La de salir con 11 que realmente son 25. La de jugar tus cartas jugando con las de los demás. La de tener unos principios y si a alguien no les gusta, llevarlos hasta el final.
Y al final hay lo hay en todas las casas de bien. Hay abismo. Hay pelotas. Hay constancia y talento. Hay lumbre, una habitación donde(…) cuando Pepe Mel piensa en ataque, piensa en fútbol nunca se entra, tacitas y protección. De gente joven que sueña y actúa (Adrián, Álex Martínez), de gente vieja que vibra y no duermen (Mario, Nacho, Paulao). Lo simulacros no llegan a buen puerto porque no hay mares virtuales. El mar es o no es. Ya luego si quieres serás negro, muerto o báltico, pero ya luego. Por eso cuando Mel piensa en ataque solo piensa en fútbol, ese que conquistó a nuestros abuelos y sumirá a nuestros nietos. Combinativo, cristalino, meridiano, sencillo y complejo según las botas con las que se miré. De jugadores con almas de construcción masiva como Beñat, Nono, Juan Carlos o Rubén Castro, con arrieros de vidas infinitas y memoria prodigiosa como Nosa, Cañas, Jonathan Pereira o Salva Sevilla. Con delanteros que podrían haber jugado en los años 20 y le hubieran quedado que ni pintadas las camisetas con los cuellos y los cordoncitos. Como Jorge Molina o como lo fue el propio Mel.
A Pepe Mel le cambió la cara en Granada, el domingo pasado.
Pepe Mel ha hecho del fútbol el único lugar donde encontrarse. Con sus altibajos, con sus despistes, con sus tachones y sus cuitas. De pie viendo pasar camillas de heridos. De pie bajo el sol, como cuando era un jugador cabezón y cabezota que vivía de los despistes de los demás. Cuando en alguna radio decían “no diga Mel, diga gol”. Ayer los goles los puso el Sevilla y los despistes fueron patrimonio exclusivo de sus jugadores, agarrotados, inservibles, pasivos, como si fueran manejados por la máquina en nivel amateur. Ya contra el Granada la cara de Mel era un poema (malo) desde que salió del vestuario y se sentó en el banquillo, preocupado porque la confianza (que da asco) y la autocomplacencia se instalara en ese limbo que existe entre la libreta de las tácticas y el césped de los hombres. Allí donde como en la reciente película de terror Cabin in the woods habitan numerados y encerrados todos los miedos atávicos y culturales de las personas contemporáneas y futuras. Reyes, el genio mutilado por sí mismo, el médico que se volvió loco con su propia medicina, el lobo que solo es hombre cuando es lobo, salió con rabia y odio y destrozó a dentelladas ese querido proyecto de fútbol eterno.
@migquintana 19 noviembre, 2012
Somos muy de Pepe Mel, pero también de Manuel Ortega. Me quedo especialmente cuando habla de forma velada de la adaptación y el estilo: ''la de jugar tus cartas jugando con las de los demás.'' Brillante.