En el verano de 2008, durante la celebración de la Eurocopa en Austria y Suiza, los periodistas españoles fueron acribillados por sus colegas internacionales con preguntas sobre la suplencia de Cesc. Xavi, Iniesta y Silva eran titulares por encima de él, y no daban crédito. Les sonó a locura. Con 21 años recién cumplidos Fábregas era considerado el mejor centrocampista de la Liga de Gerrard, Lampard, Xabi Alonso o Scholes entre otros; venía de cuajar una temporada superior a la de sus compatriotas y parecía un torrente de fútbol llamado a arrasar con todo y todos. Casi un lustro después se puede decir que ese jugador, como tal, ya no existe. El fino cerebro que dirigía a 21 iguales desde posiciones de mediocentro cambió en alma y cuerpo; ganó fuelle y perdió técnica. O más que perderla, modificó la que tenía, desarrollando más gestos como la definición o la pared y olvidándose de proteger el balón para que nadie se lo quitara. Ahora bien, que aquel Cesc dejase de existir no quiere decir que el de hoy no necesite ser el jefe. El gol le es oxígeno. La batuta, la felicidad.
Tito no cambió ayer el sistema, aunque el efecto óptico así lo reflejase. El Barça saltó a Riazor en 4-2-2-2, recuperando además los principios más radicales de la era de Vilanova, en el sentido de que los extremos fijaban muy arriba y muy abiertos. Venía a pelo contra el Dépor, que planteaba un 4-2-3-1 con Valerón, de nulo trabajo, como mediapunta. Con superioridad 2×1 en salida (Cesc y Busquets contra El Flaco), el doble pivote de Oltra era rápidamente obligado a decidir entre ir a por Cesc, que volaba, o quedarse con Messi e Iniesta. El Barça fue un cohete en la primera media hora, jugando a placer táctico y deleitando a base de velocidad y virtuosismo técnico. El tempranero 0-3 no era sino el reflejo de lo acontecido.
Cesc marcó diferencias construyendo, atacando y defendiendo.
Lo del efecto óptico. Hemos visto dos versiones fundamentales del mediocampo culé. La principal, con el 2+2 (Xavi-Busquets, Messi-Iniesta);Con Cesc en la base Tito no tiene que elegir entre sus dos dibujos fetiche y la más ofensiva, con un 1+3 (subiendo Xavi a la mediapunta). Ésta última es la que dio pie a las etapas más imparables del ataque culé, sobre todo porque la atención de mediocentros y centrales rivales se dividía entre uno más, Messi recibía algo más suelto y, voilà, con un socio cerca más para tirar la pared. Por contra, si la inspiración técnica bajaba y el Barça perdía el balón acelerando, las contras eran fulminantes. Más que con el 2+2. Lo que ocurrió ayer fue que Cesc, gracias a su exuberancia física y su chip sube-baja-sube, dibujaba las dos disposiciones al mismo tiempo. Cesc iniciaba abajo, ganaba posición entre líneas y aceleraba con suma precisión. Sumaba de una vez los pros de los dos esquemas.
A decir verdad, aun así el líder no pudo detener la sangría habitual en transición defensiva, aunque hubo apuntes positivos. Por un lado, logró someter posicionalmente al Deportivo más que a otros adversarios, sin necesidad de prolongar las asociaciones en campo rival. No es ésa la única manera de acular a un contrario, y la agresividad de Cesc, Tello, Villa y Messi dio prueba de ello. Las rupturas de calidad exigen correr hacia atrás; giran a los defensas hacia su portería. ¿Que no se puede comparar al efecto surgido de las mejores posesiones del Barça de Guardiola? Claro que no. Pero no por el modo, sino porque aquél era el mejor equipo de la historia y este Barça es un punto más modesto en cuanto a nivel; porque la posesión era perfecta y lo que hoy se hace se queda sólo en muy bueno. Destacable fue también que sin balón, en las iniciaciones gallegas desde Aranzubía, el Barça de Cesc estuvo muy bien. Como siempre, en defensa sí se formaba el 4-3-3, Busquets se bastaba contra Valerón y Cesc e Iniesta molestaban a Abel y Bergantiños mientras cerraban las líneas de pase hacia Pizzi y Gama. Los de Oltra siempre tenían que salir en largo.
El desarrollo del partido fue para victoria cómoda del Barça.
Pese a que el Dépor chutase 13 veces por 10 de los azulgranas, el juego en sí fue para que el Barcelona sufriese menos de lo que al final sufrió. Toda la suerte que había acumulado hasta ayer en las jugadas decisivas se le presentó en contra en Riazor, y éso metió a los locales en el encuentro. Para combatir el destino de la moneda, Lionel Messi, que sí jugó. Sobre él, que al fin y al cabo volvió a estar a millas del resto en la llanura de la importancia, y el resto de jugadores del partido, Deportivo de la Coruña al completo por supuesto, hablaremos mañana Lunes en 38 Ecos, como cada semana.
SharkGutierrez 21 octubre, 2012
Lo que si noté a lo largo del partido es que Cesc e Iniesta se permutaban la posición de mediocentro como la del doble falso 9 y ante posibles contras (con Alba y Montoya más adelantados, notaba que había muchísimo espacio tras Sergio y una contra de cualquiera de los dos extremos blanquiazules era un fustigamiento. Valerón era y es un problema solo cuando pasa del minuto 60 de cada partido que pasa como titular. Del resto, al dejarle liberado de funciones defensivas siempre era un punto de apoyo cuando el Deportivo recuperaba y salía (especialmente en los últimos 15' de la primera parte).
En el aspecto positivo, destaco que tanto Cesc como Iniesta siempre se situaron en la espalda de Bergantiños y generaban siempre superioridad de cara a la defensa deportivista. Fue una auténtica sangría y un espectáculo de Cesc que me recordó por momentos al Cesc pre-Eurocopa, al 4 que salió de la nada para suplir a Vieira en el Arsenal.
Aunque, como digo, si fuese culé estaría preocupado especialmente por el tema Song-Mascherano. Song es un elelmento para juntar en el pivote junto a Busquets y dotar de un papel más organizativo a Fábregas y más llegador al camerunés que lo veo como un interior de apoyos.