Cuando dentro de treinta años nos pregunten qué era Zlatan Ibrahimovic, no nos será fácil ser justos. La carrera del gigante sueco todavía tiene por escribir su epílogo, pero a falta de sorpresas poco probables, podemos echar la vista atrás para tratar de entender a un futbolista inédito, nacido contra natura. Una ostentosa pieza de museo que todo rico ha anhelado, aunque a menudo fuera un atentado contra el Feng Shui de su propio hogar. Esta es la historia de Ibra, un jugador, seguro, irrepetible.
Podríamos decir que todo comenzó en el Malmo, uno de los clubes referencia de Suecia, subcampéon de la Copa de Europa en 1979, pero nos estaríamos perdiendo algo. Nacido en Rosengard, barrio con un tasa de inmigración superior al 60%, pocos orígenes resultan más definitorios. La calle, esa que demanda una pose de soberbia y oculta corazones nobles, ha estado (y sigue) presente en el fútbol de Zlatan. Sus gestos, sus locuras, su improvisación, todo. El barrio ha permanecido siempre dentro de Ibrahimovic.
Así pues, el Malmo fue su primer destino profesional. Una década antes, Van Basten había patentado una tipología de delantero desconocida, la del punta espigado de gran relación con el juego y el balón. Pero Ibra no era eso. No exactamente. Con 1,95, su amor por la pelota era más propio de un brasileño que de un futbolista nórdico. Para colmo, era rápido. El Malmo recibió una joya exótica, inexplicable, demasiado peculiar como para escapar a los tentáculos del siempre atento Ajax de Amsterdam.
«Me gusta mucho regatear. A veces lo hago en vez de pasar el balón. Entiendo que algún compañero se enfade. No pasa nada»
Holanda sería una etapa de consolidación. Desde el punto de vista físico, su cuerpo terminó de formarse, otorgándole unas condiciones casi de superhéroe: Flexibilidad anti-natural, equilibrio y velocidad punta. El desborde fluía con la sencillez que siempre había soñado, no importaba dónde recibiera. A su vez, ni siquiera una liga propensa a ello hacía de Zlatan un gran goleador. En materia competitiva, conocería la Champions League, donde solo un milagro de Inzaghi en el minuto 90 le sacaría de las semifinales en 2003. En aquel equipo (el último Ajax) destacaban nombres como Chivu, Sneijder, Van der Vaart o el propio Ibrahimovic. La Eredivisie se iba a quedar pequeña. Esperaba el Calcio.
Italia iniciaría la transición hacia el último Zlatan, el más mediático, de mayor nivel, pero que dejaba por el camino parte de las características que le hacían especial. Un Calcio que no iba a regalarle espacios. El gusto de aquella Juventus de Capello por el balón directo y posterior segunda jugada con Nedved o Camoranesi iba a hacer de Ibrahimovic un jugador más pesado. Aumentó de volumen, vivió de su técnica en el pase y quedó más orientado al gesto final. Por contra, aquel driblador lleno de fantasía empezaba a apagarse. El sueco ya no resultaba una amenaza en banda. Mientras, algo estaba cerca de confirmarse más allá de las fronteras italianas. Con un equipo preparado para la victoria (bicampeón de la Serie A), Zlatan nunca acudía a la cita con la gloria de la Champions League. Todavía era pronto, solo 25 años, pero el run-run ya estaba en la calle.
El Calcio, Capello y su Juventus empezaron a apagar la fantasía loca de Ibrahimovic
El Calciopoli llevó a Ibra al Inter, una vieja aspiración de niño. Con el Milan cerrando su ciclo más glorioso en el S.XXI y la Juventus en la B, Zlatan podía continuar su reinado italiano. Europa seguía siendo la cruz. Dos eliminaciones consecutivas en octavos (todavía sin goles decisivos en eliminatorias) convertían a Ibrahimovic en inevitable sospechoso. La esperanza se llamaba José Mourinho. El portugués iba a dárselo todo, se agarraría a él. En las ruedas de prensa y en la pizarra. Simplificando el juego hasta extremos con los que ni el propio Mourinho simpatizaría, Ibra se transformó en toda la transición ofensiva de su equipo. Solo Maicon resultaba un pequeño alivio para el sueco. Ibra era el Inter. Ibra era el Calcio. Lleno de confianza y con su ego en el punto más alto de su carrera, llegaba por fin la explosión goleadora. 25 tantos y capocannoniere. ¿La Champions? Agua.
Mourinho, viejo zorro, lloraba lágrimas de cocodrilo mientras desde Barcelona extendían un jugoso cheque que le permitía montar un conjunto que, meses más tarde, lo ganaría todo. Ibrahimovic viajaba hacia el mayor reto de su carrera. El mejor equipo del mundo. Una de las colectividades más potentes de la historia. El sueño de la Champions, el Balón de Oro… La realidad es que ninguna etapa describiría con más exactitud a Zlatan (para bien y para mal) que la del Barcelona. Momentos de brillante inspiración (los primeros goles en Copa de Europa) y una limitación absoluta para la idea colectiva. En un futbol meramente posicional, donde la agitación y el libre albedrío ya estaban asignados, Ibra se ahogaba. No entendía el funcionamiento de la máquina y el libro de instrucciones no venía traducido. A su vez, se daban situaciones que jamás creyó posibles. No era el futbolista distinto, el más portentoso. Su técnica no causaba fascinación. El sueño mutó a pesadilla. Ibra volvía a su jardín.
«En Italia nueve defienden y dos atacan y se mueven como quieren. En España todos se mueven a la vez, todos tienen que atacar y defender»
A esas alturas, ya nadie podía negar que Italia era su casa, su campeonato. Regresaba a Milan, aunque esta vez para vestir de rossonero. Encontró casi todo como lo dejó: una liga en declive deportivo y social y un tipo de fútbol que le encajaba como guante. Allegri, viendo que Ronaldinho marchaba a Brasil y que Pato se perdía entre lesiones, no tardaría en repetir la jugada de Mourinho. Todo para Ibra. Hallaría, eso sí, la inestimable ayuda de Robinho, una pieza con la que no contaba en el Inter y que ponía la buena decisión donde Ibra solía confundirse. Tras una temporada que seguía punto por punto las directrices pasadas (Calcio victorioso + 14-15 goles + fracaso rotundo europeo) llegó el giro inesperado. La campaña siguiente no hubo Calcio, pero, al menos por una noche, Zlatan se vestía de emperador de la Copa de Europa. También sorprendente resultaba verle en cifras cercanas al gol por partido. Ibrahimovic no había ganado la Liga pero, lo que son las cosas, había jugado la campaña de su vida.
La 2011-2012 fue, contra todo pronóstico, la mejor temporada de la carrera de Ibrahimovic
Quizás por eso nos llega este último bombazo parisino. Allí le espera Ancelotti, uno de los grandes del concierto europeo, lo que siempre suma. El proyecto está por consolidarse. Hoy ni siquiera tiene identidad, algo que suena ideal para el fútbol de Zlatan. Se barrunta cierta incompatibilidad con el igualmente limitado Pastore y hará correr mucho a Lavezzi. A cambio, resolverá una decena de partidos soporíferos. Ibra tiene eso. Nació con un don para la pelota que no correspondía a su estatura. Sus pies han sido chupones más propios de jugadores de metro y medio. Que pena que jamás se enteró de dónde estaban sus compañeros y rivales. Podría haber sido histórico.
@antoromega 1 agosto, 2012
Espectacular como siempre David. Creo que podría ser la biografía no autorizada del sueco. Superclase sin fútbol colectivo. Creo que asi es como lo vemos la mayoria de la gente e Italia y los Scudettos, su gloria particular. Puede romperla en Francia. Ojalá