Como futbolista, Manolo fue uno más. Empezó como líbero, le echaron de su Racing por sindicalista en 1982, cuando era capitán del primer equipo, y desde entonces pasó su carrera entre la Segunda y la Segunda B hasta retirarse en Torrelavega a principios de los noventa. Lo suyo con el Racing fue una historia de amor no correspondido: después de pasar un tiempo en el filial le llegó la alternativa de entrenar al primer equipo justo unos meses antes de que Dimitry Piterman tomase el control del club y arrasase con la lógica futbolística. Volvió tres años después, pero dimitió a cuatro jornadas para el final de liga, tras sumar dos de los últimos 18 puntos. Dejó al equipo un punto por encima del descenso y así se mantuvo al final de liga. A esas alturas, como entrenador también era uno más.
No lo era en el Ciudad de Valencia. Con él habían vivido un ascenso histórico a Primera tras más de tres décadas que Preciado no pudo disfrutar porque, para pasmo de la afición, que ocho años después le sigue idolatrando, el club decidió no renovar su contrato. El Levante descendió al año siguiente. Cuando Preciado llegó a Gijón en el verano de 2006, el sportinguismo apenas le conocía más que el bigote, la voz ronca y quebrada y su trágica historia familiar.
El Sporting para Gijón es como la playa de San Lorenzo, el reciente pero muy emblemático Elogio del Horizonte y el propio El Molinón. O más: es un motivo de orgullo para una región a la que le encanta hinchar el pecho, sonreír y decir “cómo juegan estos guajes”. Preciado se encontró al Sporting que, tras la peor temporada que haya hecho cualquier equipo nunca en la liga española, había vagado ocho años por Segunda División y sólo en uno había tenido opciones de ascender. En 2005 además había entrado en concurso de acreedores y la afición, harta de desesperarse, ni siquiera teníaPreciado se encontró a un equipo y a una ciudad muy deprimidas un mísero derbi que llevarse a la boca después del descenso del Real Oviedo.
Manuel Preciado se presentó en Mareo convencido de que su tarea principal era ilusionar a la ciudad, porque fútbol es ilusión. Entonces no debía de ser consciente de que acabaría por convertirse el personaje más importante de la historia moderna rojiblanca, más cuando la primera temporada fue gris y el Sporting llegó a coquetear con la zona baja de la tabla. Ya habían llegado Diego Castro y David Barral, dos de los pilares del equipo que al año siguiente, el décimo, devolvieron la felicidad al fútbol gijonés. Podrán llegar finales, títulos o planetas enteros, que Gijón no vivirá otra fiesta como la del 15 de junio de 2008, con el ascenso a Primera que Preciado celebró llorando, gritando, saltando y señalando al cielo desde el césped de El Molinón.
En esas fechas, si uno se fijaba bien ya podía distinguir un bigotín entre la ese y la ge del escudo del Sporting. Esta vez Preciado pudo disfrutar de la temporada en la máxima categoría, llena de partidos increíbles para bien y para mal, con la exitosa y sufrida resolución de la permanencia en casa en el último partido de Liga. En las dos temporadas siguientes el Sporting de Preciado no se metió en excesivos problemas y alcanzó su techo futbolístico,En el Bernabéu, el Sporting de Preciado trascendió en el terreno… y en la grada sintetizado en la victoria en el estadio Santiago Bernabéu, a su vez también el techo de la mareona. Todo lo que viniera después iba a ser peor.
Pero daba igual: que 8.000 personas fuesen hasta La Coruña o 5.000 hasta Madrid era algo que no se podía entender sin la existencia de Manolo Preciado y todos eran conscientes de que el triunfo era ese. Gijón volvía a paralizarse los domingos por la tarde, los parroquianos de los chigres hablaban sobre si tenía que jugar Bilic o Barral y cada parque anochecía con una docena de niños jugando con la rojiblanca.
Preciado nunca sería un entrenador más: ya era el Sporting de Gijón en persona. El sportinguista babeaba de orgullo por ver a su equipo, pura imagen de su entrenador, batallar contra el Barcelona y el Real Madrid (en la temporada 2010-11, el Sporting fue el equipo que más puntos obtuvo ante los dos grandes –cuatro- y sólo encajó tres goles en cuatro partidos) y mostrar una identidad propiaEl Sporting era la imagen de su entrenador. El sportinguista era feliz. en cada partido. El sportinguista, por mucho que suene superficial, era feliz.
Como esto es fútbol y también España, Preciado fue destituido tras una mala primera vuelta en la siguiente temporada. El sector más preciadista de la afición del Sporting se echó las manos a la cabeza, pero curiosamente también lo hicieron los que más le habían criticado. Fue una reacción instantánea: ¿pero qué hemos hecho, ahora que no hay vuelta atrás? El presidente del club, Manuel Vega-Arango, se puso a llorar junto a Manolo en la rueda de prensa de su despido, un gesto que resume a la figura de El Astillero como pocos. Hasta hace tres días, el cántabro se había dedicado a disfrutar de Gijón, ni más ni menos que su ciudad. Aunque el Sporting tuviera otro entrenador, a Preciado le seguirían invitando a sidras hasta que el Cantábrico sepultase San Lorenzo y él nunca rechazaría la consiguiente conversación.
Su muerte no lo mitifica; ya era un mito insuperable del Real Sporting de Gijón. Tampoco le ha hecho recibir más halagos personales; nadie que coincidiera un par de minutos con él había podido dedicarle media mala palabra. Simplemente supone una terrible pérdida para el fútbol español, para el banquillo del Villarreal y para el sportinguismo, que siempre echará una lágrima de infinita gratitud cada siete de junio. Sólo una: Preciado nunca consentiría otra más.
Kundera 8 junio, 2012
Un gran tipo, y un gran tipo de fútbol además. Que en paz descanse.