Di Natale es el despertador del empleado puntual. Suena a diario y, aunque te hagas el remolón, te terminarás levantando de la cama porque él es la musiquilla aguda que te arrastra a tu puesto de trabajo sin que exista oposición. Así lo reconocen su entrenador y sus compañeros: los que están, los que se han ido y, probablemente, los que llegarán. La franqueza con la que responden al sonido de alarma del símbolo de Udine conecta con una historia cargada de afecto, entre el liderazgo y el gol, inalterable con el paso del tiempo. No hay fantasía desmedida en su fútbol, ni magia exuberante, nada asociable directamente con un grado mayor de abstracción. Él es otra cosa. Hay una muestra de profesionalidad tan grande que sería un error dulcificarla, puesto que tan elogiable es el virtuosismo como la crudeza y el espíritu de un trabajador minucioso e insaciable. El capitán emerge en alma de un colectivo en constante renovación que responde a las constantes vitales de su estandarte.
En paralelo, su acierto en las últimas campañas ha cobrado una magnitud casi antinatural y el fútbol parece negarle, con justicia, laEl deportista sólo conoce su fecha final al traspasarla renovación de su documento de identidad; un hecho que desemboca en advertencia para aquellos empeñados en valorar el presente de un jugador por el número de años que marca la tarjeta de presentación de su par de botas. No resultaría extraño pensar que, cuando pisa con ahínco el terreno de juego para situar el balón, en realidad está desenterrando alguno de los tópicos que habitualmente circulan sobre la madurez del futbolista profesional. Si al talento le acompañan la dedicación y el deseo, la fecha de caducidad es una frontera que sólo conocerá el deportista cuando la traspase. No pasadas tres décadas, momento en el que los molestos dígitos acostumbran a emitir señales luminosas al aficionado.
Treinta y cuatro para treinta y cinco. Asociado de por vida a la entidad bianconeri, pese a dar sus primeros pasos en Empoli, Iperzola, Varese y Viareggio, la simbiosis alcanzada con el transcursoSu fidelidad al club de Udine, innegociable de los años entre club y emblema, vínculo casi perpetuo, provoca ceguera y por un segundo uno no sabe si fue antes el Udinese o el napolitano de metro setenta. E indudablemente eso habla de la ascendencia de un goleador atemporal en un club acostumbrado a los altibajos que provoca aceptar, cada año, la invitación al baile veraniego del calciomercato. Su inquebrantable fidelidad no deja de ser otra nota de atipicidad en la carrera de un hombre continuamente ligado, con mayor o menor rigor, a los grandes de Italia. Un rara avis en el fútbol actual empeñado en darle normalidad a lo diferente.
Antonio siempre ha intentado escribir su edad con tinta invisible y sus goles con rotulador permanente.
A día de hoy, cogiendo carrerilla para enfilar los trescientos partidos en el equipo que lidera, su objetivo a corto plazo pasa por convencer a Prandelli y formar parte, una vez más, de la squadra azzurra que acudirá a la Eurocopa. Tarea sumamente complicada. Sus cifras lo avalan, sobrepasan su sacrificio y no admiten doble lectura: aunque estamos ante un nueve al que el Olimpo del Calcio le abrirá sus puertas cuando la fatiga anímica le arrebate las ganas de ver puerta, su presencia en Polonia y Ucrania es una quimera.
Pese a ello, nada cambia, el contador de dianas seguirá sumando y el despertador continuará sonando cada mañana. La rutina del gol hace años que detuvo el tiempo.
@marcvior 8 abril, 2012
Udine ama a di Natale más que al club. Tuve la infinita suerte de estar en el estadio dal Friuli el día que metió su gol número 100 ante la Samp y no recuerdo ver una comunión tan grande entre grada y jugador. Totò se vino a celebrarlo solo con los ultra del Udinese mientras sus compañeros se abrazaban sobre el campo. (Por cierto, el otro gol lo metió Alexis.)
El Friuli siempre canta "Un capitano, solo un capitano", y no es porqué si. Totò será para siempre el capitán del Udinese.